Los siglos arrancan mal y este que lleva unos cuantos años ya haciéndolo de forma muy inquietante nadie nos dijo que iba a ser diferente. En el pasado, el mundo salía de la Gran Guerra y ahora lucha por librarse de una pandemia que lo va diezmando. En esta esquina, el caos resulta ser más alarmante que la propia Alarma de Estado aprobada para confinar a la gente en sus casas. Por ejemplo, los test del coronavirus que ha adquirido Sanidad a trancas y barrancas tienen una sensibilidad excesivamente baja y, parece ser, dan negativo en circunstancias en las que tendrían que dar positivo. Así que, además de haber actuado tarde y mal, nos han timado. China, donde radica la esperanza material y el ejemplo, ha advertido que se compraron a una empresa sin licencia para fabricarlos. La embajada informó de los proveedores fiables y el Gobierno decidió comprarlos al que los ofrecía sin un certificado de garantía. ¿Se pueden hacer las cosas peor? La verdad, no me apetece bromear demasiado con un asunto tan letal como este, pero estamos llegando muy lejos en las finales del idiotavirus.

Von der Leyen se pregunta sobre el futuro de la UE en el momento en que muchos de los socios han mirado por su propio interés. No es el caso de España que parece no haberse preocupado siquiera por el suyo. A la presidenta de la Comisión Europea le inquieta el fracaso y que la pandemia divida definitivamente al continente en países ricos y pobres. Probablemente, así sea. Puede, también, que la idea de Europa haya recibido el más fuerte mazazo de liderazgo de su historia y que los nacionalismos aplaudan con las orejas. Pero lo que parece seguro es que habrá un antes y un después que permitirá medir la eficacia de las democracias frente a la catástrofe. Ya se pueden imaginar, y no quiero agobiarles más aún, en qué subdivisión militará España.