Puede que la crisis del coronavirus se lleve por delante a la Unión Europea. Que aumenten las disensiones entre el Norte y el Sur y que la falta de acuerdo dinamite la estructura, en beneficio de los países ricos. La tardanza de las instituciones europeas en resolver una estrategia común, sanitaria y económica, para atajar el avance de la pandemia, pone de manifiesto la entelequia de una organización común que hace aguas cuando arrecia la tormenta.

El ataque del ministro de Finanzas holandés, Dijsselbloem, a España e Italia, por no haber previsto medios suficientes para sujetar el avance del virus es síntoma de la opinión que los poderosos, liderados por Alemania, tienen de nosotros. No quieren soltar un euro más a países que, en palabras indignantes del premier de Holanda, "se lo gastan en mujeres y alcohol".

Es la opinión que los dirigentes de la Liga Hanseática tienen de los mediterráneos latinos, de los que no paran de criticar la propensión al derroche. Solo el primer ministro de Portugal se atrevió, tras la tormentosa reunión de jefes de Gobierno europeos del jueves, a responder enérgicamente al homólogo holandés, cuando calificó sus palabras, recalcando cada una de las siglas, de repugnantes.

Las uniones se resquebrajan cuando lo particular se impone a los intereses del común. No son los pobres quienes rompen los acuerdos, sino los pudientes. Que Gran Bretaña abrazara el Brexit para salir de la UE y que Cataluña, y no Castilla-La Mancha, quiera abandonar España certifican esta evidencia.