Nadie sabe cuándo acabará la pesadilla. Aquí, todos nos resignamos a aceptar que no será nada más terminar la Semana Santa. El Instituto de Economías y Finanzas Einaudi de Roma ha calculado que en la primera quincena de mayo se recuperará una relativa normalidad pero eso por lo que hace a Italia. Poner una fecha resulta absurdo en España habida cuenta que las cifras oficiales de contagiados y muertos son pura ciencia ficción.

Ante la imposibilidad de hablar del cuándo, nos centramos en el cómo. También es generalizada la sensación de que el planeta habrá cambiado por entero cuando terminen la pandemia y su corolario aún peor, la catástrofe económica que provocan los aislamientos. Los optimistas hablan de que aparecerá un mundo más solidario pero cabe preguntarse por qué; los indicios con que contamos apuntan de hecho hacia lo contrario. Aplaudir desde las ventanas a las ocho de la tarde no supone solidaridad alguna; se queda en un gesto bonito pero inútil. Ha sido noticia ya que, ante el colapso de las UCI en ciudades como Madrid y Barcelona, Sanidad quiere trasladar enfermos a otras comunidades autónomas, pero se encuentra con que los obstáculos burocráticos son tremendos. ¿A quién puede extrañarle?

Los parlamentos que redactaron y aprobaron los respectivos estatutos de autonomía no incluyeron en ninguno de ellos ni mecanismos ni intenciones siquiera de ejercer la solidaridad en caso de ser precisa. Bien al contrario, tendieron a blindar el interés particular, no fuese a ser que otra comunidad autónoma sacase más tajada. El colmo se ha presentado cuando la oposición le pidió explicaciones a Núñez Feijóo en el parlamento de Santiago de Compostela por haber cedido respiradores a las UCI de Madrid enviando las que no eran necesarias en Galicia. ¿Un mundo más solidario? Habría que comenzar por rehacer de los pies a la cabeza la España de las autonomías.

Y, ¿qué decir de una Unión Europea en la que el ministro de Finanzas holandés, Wopke Hoekstra, atacó con saña a los países del sur por pedir los eurobonos? Lo más aleccionador fueron sus palabras al excusarse. Dijo que una Unión Europea fuerte también interesaba a Holanda. Vaya modelo de empatía el que está basado en lo que te interesa a ti mismo.

Ni la fórmula autonómica de España ni, por supuesto, la amalgama precaria de una Unión Europea sostenida con pinzas apuntan a que la solidaridad vaya a ser el trampolín que necesitamos para superar los problemas enormes que nos están ahogando. Se dice que Bruselas lucha contra los vicios nacionalistas -aún mayores fuera, en las políticas que siguen Boris Johnson y Donald Trump- pero esa batalla parece perdida. El mundo que viene es una incógnita lastrada por este mundo insolidario y vil que contemplamos hoy.