Escuchamos mucho últimamente a algunos políticos apelar a la ciencia para justificar medidas que nos afectan. Pero la ciencia por sí misma no puede tomar decisiones. Sucede en algunos hospitales que los médicos se ven obligados a escoger qué pacientes serán atendidos en la UCI y cuáles no, al no haber camas suficientes para todos. La selección no se basa en criterios propiamente científicos sino éticos: se da prioridad por ejemplo a enfermos más jóvenes, con más probabilidades de salir adelante y vivir más tiempo. Esta elección puede resultar correcta, dadas las circunstancias y en nuestro contexto social, pero no se puede decir que es científica sino moral. La ciencia no indica nada en cuestión de valores, es neutra, y por tanto solo puede informar, no preferir. Son las personas (concretamente, los profesionales sanitarios) quienes, teniendo en cuenta los datos objetivos pero con responsabilidad deben decidir cuál es la mejor opción a seguir, o la menos mala, en cada caso.

A otra escala, se plantea el dilema de elegir entre la preservación de la economía o la de la salud a cualquier precio. Tratar de frenar al coronavirus con medidas cada vez más drásticas prolongadas en el tiempo implica paralizar el país hasta el punto de poder caer en una profunda recesión. Hay quizás posibles "terceras vías" intermedias, pero en todo caso las decisiones al respecto son de naturaleza ética y política, no ya científica. La ciencia provee los datos y presenta argumentos (a menudo alternativos) pero son los seres humanos „ aquí, el Gobierno y los representantes de los ciudadanos„ quienes deben, responsablemente y por el bien común, decidir.