Iba a escribir de los sucesivos estados de alarma y del ERTE de los ministros y diputados, pero resulta que ha muerto Aute. Lo ha hecho en el momento demasiado confuso en que Caronte, el barquero de Hades, no para de guiar sombras de un lado a otro del río. Todos los de mi generación hemos aprendido algo de la inspiración de un autor que parecía componer canciones para él mismo pero que las multitudes enseguida adoptaban para acompañar el curso de la vida. Por eso en cualquier instante resurge una canción suya que hacemos nuestra.

No lo llegué a conocer cuando en Madrid tuve la oportunidad. Salvando las distancias, me pasó con él lo que a Sciascia con Ennio Flaiano, escritor y guionista de algunas de las mejores películas italianas de todos los tiempos. Cuando en su estudio de Roma un amigo común, Ruggero Maccari, le decía: "Ha estado Flaiano" o "Flaiano va a venir esta tarde", y Sciascia, por una u otra razón, se tenía que marchar o le era imposible coincidir. Luego reflexionaba sobre lo difícil que es a veces ver a las personas que uno admira cuando, en cambio, se cansa de coincidir con las que desprecia profundamente.

El caso es que no conocí personalmente a Aute pero siempre he intimado con sus canciones, igual que sucede con un centenar de músicos queridos que no han hecho otra cosa que alegrarme la vida, pero con la sensación de que Aute estaba más cerca que otros. Y no vale decir que sus canciones eran bombas narcóticas de tristeza, porque no es así. Tampoco es que tuviese una voz extraordinaria, aunque sabía referirse a las pequeñas cosas y las relaciones fugaces mejor que nadie: desanudaba eficazmente nuestros nudos cotidianos con ese sentido suyo especialmente marcado e independiente de la soledad pausada. De la misma forma en que se fue muriendo lentamente. Suave, slowly...