Les saludo con unas letras escritas ayer, en el Día de la Salud. No..., no lo digo en tono jocoso, aludiendo al 22 de diciembre, ese día que da comienzo real por estos lares al período de Navidad, y en el que todos acabamos admitiendo que "tener salud es lo que importa" después de que no nos toque la Lotería. Me refiero al Día Mundial de la Salud, auspiciado por Naciones Unidas ya desde su primera Asamblea Mundial de la Salud, en 1948, y que se celebra el día del aniversario de la fundación de la Organización Mundial de la Salud, precisamente tal día como el de ayer, 7 de abril. Una jornada que este año 2020 -y nos viene al pelo- está dedicado a la enfermería y a la partería, a ese imprescindible conjunto de profesionales que centra su atención, nada más y nada menos, en los cuidados al enfermo. Una titulación hoy con el máximo rango de grado universitario, que da el do de pecho cada día en situaciones, por ejemplo, como las que estamos viviendo. No hace falta que les cuente, porque hay imágenes grabadas en lo más profundo de nuestra razón y de nuestros corazones.

Con todo, déjenme que en este homenaje al Día de la Salud, a los profesionales descritos y, por extensión, a todos los profesionales de muy diversas disciplinas que velan por nuestra salud, reflexione sobre algo que les pregunto a menudo desde diferentes puntos de vista y que hoy, claro está, llevaré al campo de la salud. La pregunta es... ¿qué tipo de sociedad queremos? ¿Qué mundo le apetece dejarle a sus nietos? A la vista de los acontecimientos, ¿qué líneas maestras propone usted como claves de mejora para situaciones futuras?

Pues bien, a hablar de esto me he dedicado estos días con un nutrido grupo de amigos, algunos de ellos muy versados específicamente en tales cuestiones. No, no se me asusten, ha sido por mensajería, teléfono o, incluso, por videollamada. Les aseguro que mediaban, en algunos casos, hasta miles de kilómetros entre nosotros. Y en el mínimo, al menos unas decenas. Nada peligroso. Y una de las claves que más me gustó tocar es la que deriva de la revisión del concepto de modernidad. ¿Qué es una sociedad moderna? ¿Es Estados Unidos, con un fuerte decalaje socioeconómico, que por ejemplo se traduce en que el setenta por ciento de los fallecidos por la actual crisis en Chicago sea de raza negra, una sociedad moderna? ¿O es más moderno Corea del Sur, que con sus eficientes programas, su tecnología de vanguardia y su civismo y resiliencia fue capaz de presentar una respuesta frente al virus verdaderamente potente y coordinada? ¿Con qué pilares debemos edificar el necesario desarrollo y mejora económica? ¿Con los de la exclusión, que permitirá a unos volar por encima de sus expectativas, mientras amplias capas de la población quedan más descolgadas, al albur de una brecha cada vez más patente y ancha? ¿O nos gustaría que la sociedad futura, esa que hoy se está forjando en rápidos tiempos de cambio de paradigma, mantuviese un nivel de cohesión tal que podamos seguir respondiendo a futuras crisis aún en clave más colectiva?

Como saben, yo soy el cronista de las preguntas, y no tanto de las respuestas. Obviamente, tengo las que sirven para mí, pero soy consciente de que cada ser humano tendrá las suyas propias, y hace ya años que ni pontifico ni intento convencer al otro. Pero ya saben que con ustedes opino y me atrevo con algunas respuestas, más allá de esbozar un determinado diagnóstico fundamentado. Y sí, creo que es necesario reforzar un modelo que, aún basado en el libre mercado, sigue garantizando servicios sociales básicos, no sujetos a la capacidad adquisitiva de cada cual. Porque, independientemente de que el prestador de servicios sea público o privado, que eso no es lo más nuclear para mí, sí creo que el Estado ha de garantizar que todas las personas en su territorio tienen acceso a una extensa cartera pública de servicios, pagada con lo de todos. Porque, queridos y queridas, quién de ustedes es el que -en tiempos como los que corren- no se apura en decir que la salud es lo más importante. Yo lo tengo claro. Y todos porque incluso, con buen criterio, muchos de los indicadores de desarrollo y bienestar al uso fijan diferentes parámetros sanitarios y sociosanitarios a la hora de establecer en qué lugar se vive mejor.

No olviden que el drama del Covid-19, que no era una gripe, se vive peor cuando el miedo, la incertidumbre e incluso la pena van acompañados de una terrible factura que, directamente, quizá no puedas pagar. O cuando, en muchos países, el abordaje terapéutico para unos y otros se diseña proporcionalmente a la capacidad de pago de tu tarjeta de crédito. Creo que todos nosotros convendremos que, en el montón de cosas que nos importan, ponemos tal acceso universal y gratuito a la salud por encima de muchas -de muuuuuchas- cosas. Y nuestro país, que tiene buena parte de tal camino andado, no ha de cejar en el empeño de seguir así, y aún mejorar tal músculo, últimamente un tanto mermado. Porque es importante cuidarnos y que nos cuiden. Y eso es netamente prioritario.