Mal pecado, la soberbia; pésima actitud para capear temporales que tardan en amainar. Más aun cuando el país contabiliza una lista interminable de muertos que desconocemos aún cuando dejará de escribirse con tinta negra de doloroso luto y que amenaza con llegar a inabarcable. Ningún Gobierno estaba preparado para acometer con celeridad esta pandemia; ni siquiera el nuestro, que ha dado palos de ciego y bandazos, pecado en ocasiones de inacción o de atolondramiento, que ha sido engañado por un vendedor de test no homologados e incluso humillado por un país que le ha incautado impunemente respiradores. No es de justicia sino inhumano achacarle a Sánchez y a su gabinete de ministros asustados como avestruces la pila de ataúdes que se agolpan en morgues improvisadas. Pero tampoco es ni justo ni inteligente que el titular de Interior, Grande-Marlaska se exprese con insultante arrogancia: "Este Gobierno no tiene ningún motivo para arrepentirse de nada".

En momentos de gravedad extrema como el que nos ocupa, la soberbia que manifiestan políticos sobrepasados es muestra evidente de un narcisismo vulnerable, un mecanismo de defensa que sirve de medicina para compensar inseguridades manifiestas. O eso, o un exceso de confianza en equivocadas habilidades, lo que resultaría aún más grave.

No estaría de más que este Gobierno, que torea la crisis sanitaria y económica más dura de las que hemos vivido varias generaciones de españoles, se arrepintiera tanto de decisiones tomadas como de las que debió tomar y no lo hizo.