Vivimos tiempos revueltos. Estamos ante una situación que, ni por asomo, podíamos imaginar. Calladitos y en casa. Y con unos gobernantes que dejan mucho que desear. No conocen la empatía ni el diálogo con sentido común. Y es que, en nuestras instituciones principales, no tenemos líderes -voy a ser un poco más optimista y decir que tenemos muy pocos-. Porque, lo cierto es que existe un gran número de personas en posiciones de autoridad jerárquica, que ejercen poder social y económico. Pero con poca prudencia. A la vista los hechos. Además, les importamos un bledo. De nosotros, tan solo buscan el medio que les ayude a conseguir sus fines. Se rodean de un círculo de seguidores que apuestan, calculadoramente, porque este sea el camino para su ascenso personal. Y ahí radica el error de base. Porque los seguidores son tan solo unos pelotas. Y los jefes no son líderes. El liderazgo ilustrado es servicio. El líder crece, poniendo el bienestar de todos por encima del propio. Además, crea un ambiente de apertura que le da flexibilidad, estabilidad y resistencia. Piensa que está aquí para enriquecer el mundo y hacer que sea un lugar mejor para vivir. Pero, los nuestros, han cometido tantas barbaridades, que tienen que vivir con la mentira a flor de piel. Sin coherencia.

La verdad es que las personas que ostentan el poder deberían darse cuenta de ello. Y cambiar sus planteamientos. Por el bien de todos, pero, sobre todo, por el propio. Tendrían que ser como un faro que derramara una luz brillante sobre los demás, contando siempre con el alma de los hombres y mujeres. Y, por supuesto, un ejemplo a seguir. Pero, por sus valores, no por su éxito material.

La verdad es que a todos nos iría mucho mejor si fuéramos un poco más profundos. Y con una visión más amplia. Somos seres humanos, en este Planeta Tierra, que nos necesitamos unos a otros. Todos tenemos algo que ofrecer. Ahora lo estamos viviendo. Y hacer y pensar en hacer a otro, lo que no nos gustaría que ese otro hiciera ni pensara en hacernos a nosotros, es un grave error. Un potente veneno, que conduce inmediatamente al desasosiego, chulería, cinismo...

Por eso, lo que necesitamos es motivación, entusiasmo, flexibilidad, empatía... O sea, inteligencia y sentido común. En caso contrario, vamos a tardar mucho tiempo en salir de esta encrucijada.