Al cineasta Woody Allen le persiguen desde hace tiempo acusaciones de haber abusado sexualmente de una hija pequeña a quien adoptó junto a su entonces pareja, la actriz Mia Farrow, cuando aquella tenía siete años.

Allen lo ha negado siempre y, al igual que otro de sus hijos adoptivos, Moses, que había cumplido por aquel entonces catorce, creen que las acusaciones son solo una venganza de la actriz, enfrentada a Allen en un proceso de separación.

Otro hijo, esta vez del realizador y la actriz, llamado Ronan Farrow, que tenía cuatro años cuando se produjeron los supuestos abusos, cree ciegamente la versión de su madre y hace tiempo que rompió todo contacto con el padre, a quien tampoco perdona que se casara con otra hija adoptiva.

Ronan, que es periodista, publicó en la revista The New Yorker los artículos que ayudaron a desenmascarar al productor cinematográfico y depredador sexual Harry Weinstein y luego en la editorial Hachette un libro sobre el mismo tema.

Por presiones tanto de Ronan como de muchos de sus empleados, la filial estadounidense de Hachette, Grand Central Publishing, suspendió recientemente la publicación prevista de una autobiografía del cineasta, quien, a diferencia de Weinstein y pese a haber sido investigado por la justicia, nunca ha sido condenado por falta de pruebas.

Tras la renuncia de Hachette, editorial propiedad por cierto del grupo Lagardère, uno de los mayores fabricantes de armas europeos, hubo también presiones de algunos autores sobre la conocida editorial alemana Rowohlt para que siguiera los pasos de aquella.

Dieciséis escritores que tienen obra publicada bajo el sello de Rowohlt acusaron a esta editorial de comportamiento poco ético por no rechazar el manuscrito de Allen, en el que este da todo tipo de detalles sobre su larga carrera creativa.

La conocida periodista y escritora austriaca Eva Menasse ha publicado en la prensa alemana un artículo en el que acusa a sus colegas de excesivo moralismo y de intento de censura, a la vez que defiende la decisión de Rowohlt de seguir adelante con la publicación.

Menasse recuerda al efecto cómo en la pequeña Austria, la derecha más reaccionaria nunca cesó en sus intentos de censurar a aquellos escritores cuyas opiniones no compartía.

Y cita como ejemplo los casos de la premio Nobel Elfriede Jelinek, acusada de fobia hacia el otro sexo, o de Thomas Bernhard, de quien no se soportaban sus continuos insultos al espíritu nazi de muchos de sus compatriotas.

Aunque Allen fuera realmente responsable de aquello de lo que le acusan su exmujer y su hijo, algo que no ha llegado nunca a probarse, el cineasta, de 84 años, debería tener derecho a publicar sus memorias, opina Menasse.

En la historia de la creación artística en general no faltan en efecto los criminales o violadores: desde el maravilloso poeta medieval François Villon hasta el novelista Jean Genêt, pasando por el pintor italiano Caravaggio o el marqués de Sade, por solo citar a algunos de los más conocidos.

Es sabido, por ejemplo, que el escritor francés Robert Brasillach era filonazi -fue incluso fusilado por colaboracionismo- o que lo era también Louis-Ferdinand Céline, cuyo genio literario hoy, sin embargo, nadie discute. El poeta estadounidense Ezra Pound simpatizó abiertamente con el fascismo, pero ¿habría que haber prohibido por ello sus libros?

Otros ejemplos de la nueva intolerancia los encontramos en quienes niegan, por ejemplo, el derecho de un autor blanco a escribir un libro sobre cualquier minoría étnica o el de un varón a ponerse en la piel de una mujer. ¿Habría podido hoy Gustave Flaubert publicar su genial Madame Bovary?