Este virus, me tendrán que dar la razón, es maravilloso. Es verdad que se está llevando a mucha gente por delante y a casi toda la economía, pero también es cierto que lo primero que hizo tras meterse en las venas de nuestra sociedad fue decretar una amnistía general de cabrones y, aprovechando que es Semana Santa, cargó sobre sus hombros todo el pecado del mundo. Ahora, mires donde mires, solo ves a peña solidaria, héroes y luchadores de la resistencia. Gracias al virus, el hombre es un bobo para el hombre.

El último en sufrir ese beatífico contagio vírico es Jack Dorsey, fundador y consejero delegado de Twitter. Acaba de anunciar que va a donar 1.000 millones de dólares, el 28% de su fortuna personal, para la educación y salud de las niñas y para la creación de una renta básica universal. Leo el anuncio y me faltan emoticonos de ojitos llorosos y aplausos para expresar hasta qué punto me conmueve este derrame filantrópico.

The Washington Post acaba de publicar que, según investigadores de Oxford, el 60 % de los contenidos sobre la pandemia que los verificadores de hechos han calificado como falsos o engañosos entre enero y marzo aún siguen difundiéndose en Twitter sin ninguna etiqueta de advertencia.

Twitter es, con diferencia, la red más tolerante con la difusión de mentiras que pueden ser dañinas para la salud y, sin duda, lo son para luchar científicamente contra la pandemia. El porcentaje de trolas sin etiquetar en Youtube es del 27% y en Facebook del 24%. Te lo voy a decir a la americana: Jack, si de verdad quieres ayudarnos a salir de esta mierda, quédate con los millones y haz tu trabajo.