En un primer momento y conocida la actitud holandesa respecto a España -la de ciertos políticos, calificada como "repugnante" por el primer ministro portugués- pensamos que maldito sea el talante de estos conciudadanos europeos con quienes hemos de convivir. Uno llega a pensar que quizás porque les ganamos la final del mundial de fútbol con el gol de Iniesta y las paradas de Casillas, por eso se permiten denostarnos. Puestos a criticar mal ejemplo e inhumana nos perece la ocurrencia holandesa de sacar de las UCI a los enfermos ancianos para recluirlos en sus casas y que mueran allí, liberando así plazas en hospitales. Además vemos que escurren el bulto, ellos y algunos ciudadanos más del norte y centro de Europa, a la hora de apoquinar con los gastos que la epidemia del coronavirus está provocando en otros tantos países europeos. Ya digo, en un primer momento maldices su estampa. Pero luego, calmado el ánimo, comprendes que la unidad europea no es uniformidad, que hay talantes varios y competencias nacionales muy suyas en virtud de las cuales no todo cuesta los mismo, por ejemplo, los combustibles en España son más baratos que en Portugal o en Francia; que es razonable que media Europa vea con recelo los despilfarros cometidos aquí en aeropuertos inoperantes y obras de ese estilo y se opongan a repartir gastos. Pero es Europa, y la labor de los buenos políticos es conjugar la unidad en medio de la variedad.