A un matrimonio amigo los ha sorprendido el confinamiento en pleno proceso de ruptura, que han demorado porque los servicios de las casas de mudanzas no se encuentran entre los de primera necesidad. La vida empieza a parecerse a una suspensión de pagos. Muchos han dejado de abonar la cuota del híbrido, la de la hipoteca o el alquiler del piso, la de los plazos del televisor inteligente (oxímoron), la del robot de cocina, etcétera. Todo ello por no hablar de la cancelación provisional de las deudas morales o sentimentales, que también abundan. Ayer me llamó un cuñado para perdonarme un desaire que le hice el mes pasado y yo telefoneé a otro para absolverlo de un insulto que me lanzó durante una discusión en la cena de Año Viejo.

Se dejan para tiempos mejores propósitos de enmienda que hasta ayer parecían inaplazables. Fumar, de súbito, no parece tan grave. Tampoco comer patatas fritas, que por lo visto es, con los frutos secos, lo que más se vende ahora en los supermercados. La oposición política es lo único que no cambia. Empezó dando pellizcos de monja al partido gobernante, pero ya está empleándose de nuevo a muerte con él. Menos mal que los escuchamos como el que oye llover. Sus discursos poseen, en efecto, la monotonía gris del chirimiri.

Hablo con mi amigo por teléfono para interesarme por los trámites de la ruptura y me cuenta que desde que el estado de alarma los obligó a permanecer físicamente juntos, aunque distantes en lo emocional, la convivencia es una balsa de aceite. "Debería ser siempre así", añade. "Así, cómo", pregunto. "Como si vivieras a punto de irte, o de quedarte, que quizá sean dos formas de lo mismo". Instalados en ese "a punto de", cada uno atiende con diligencia a las tareas domésticas convenidas y entablan con sus hijos adolescentes conversaciones hasta ahora siempre postergadas. La conciencia de su separabilidad les ha servido para descubrir su fortaleza, que es enorme, pues llevan veinte años sorteando, juntos, crisis emocionales, profesionales y económicas considerables. Observándolas con la perspectiva que proporcionan los años, solo un par de héroes habrían sido capaces de superarlas. "Te dejo, que se acerca Clara", dice mi amigo. Y cuelga.