Cuál va a ser el neologismo triunfante para referirnos en el futuro a esta nefasta época? Ya hay lingüistas aficionados dándole al magín: coronaidiota o coronaburrro, balconazi, cuarenpena? Pero nada de nada, no va a ser ninguno de esos. Voto, y me darán ustedes la razón, por fuñigar, verbo creado por un ama de casa pucelana. En efecto, un tractor recorre Valdestillas (Valladolid) desinfectando las calles. El conductor se despista y le echa una vaharada a una vecina a la que entrevistaba una reportera de la televisión castellanoleonesa. La cámara capta el momento y la reacción de la mujer: "Me ha fuñigao, hija; estaba barriendo la puerta y me ha fuñigao en to la cara". Excelente. De ahora en adelante: Fuñigar, nada de fumigar. Con una eñe bien española. Ole y ole. Con decir que ya le han compuesto hasta un reguetón. Superad eso, anglicistas.

Durante años, acompañé a una anciana a la consulta de un geriatra, especialista en deterioro cognitivo. La mujer había sufrido lo suyo. Pero también lo mucho que no había sufrido se imaginaba o creía recordar que lo había sufrido. Con lo cual, su discurso fluía anegado por un radical pesimismo. Un día, el geriatra encontró la manera de derribar aquel muro de tristeza. Al conocer que las lúgubres predicciones paranoicas de la mujer las alimentaban programas radiofónicos de historias terroríficas paranormales, psicofonías fantasmagóricas, noticias tergiversadas en artero favor del alarmismo apocalíptico y manipuladas por canallas sin escrúpulos en pro del público aficionado al amarillismo azufre, aquel dulce doctor zanjó el asunto: "Pues se acabó. A partir de ahora mismo, le receto que escuche usted solamente Los 40 principales". Y digo yo: ¿por qué no acuden a tal galeno todos los sacamuelas, tarabillas, petardistas, bocudos y churrulleros que no orgasman si no dan malas noticias, obviando las buenas, las realistas y las neutrales? ¿Por qué no escuchan Los 40 ellos también, caramba?

¿En qué escarpadas cuevas o lujosos casoplones estarán cuarentenados ahora los autoayudistas que no cesaban de pedirnos que abandonásemos nuestra zona de confort, que viviésemos riesgos y aventuras e incertidumbres laborales? Siempre respondí a estos misioneros de yupi: "No fastidies. Con lo que me ha costado conseguir mi zona de confort, como para abandonarla ahora". No los oigo, no los veo. Para mí que están muy atechados en su zona de confort.

Se ha creado una nueva unidad de medida: Más de casi. Si ya lo sé, claro que sí, cómo no se va a meter la pata con las prisas que conlleva esta catástrofe. De la que, por cierto, vamos a salir: sin duda e incluso a pesar de los profesionales de la toxicidad que gran servicio nos prestarían si se lo hiciesen mirar o sometiesen su fatalismo negativo a una cuarentena perpetua. ¿Y menudean los errores máxime cuando los periodistas? que andan enloquecidos cumpliendo la benemérita función de informarnos? Han de sumar, restar, multiplicar y dividir datos y venga datos nuevos sin apenas tiempo para haber procesado los precedentes. Pero cuántas veces el error acierta en gracia. Vean ustedes lo que contaba el teletexto que recorría la banda inferior de la pantalla mientras veíamos imágenes de Londres en TVE: "Reino Unido: más de casi tres mil muertos". Sabíamos discernir "más" y "casi" por separado. Pero ¿cuántos serán "más de casi"? El Brexit sabrá.

Venga, finalicemos siendo buenos con los ingleses. O con uno de ellos: William Blake, artistazo y escritorazo del XVIII-XIX. Yo me fijo mucho en la mirada de las gentes de la patria mía cuando saco a Brel o voy a la farmacia y al colmado. Para testar el estado de ánimo general, nada como ver cómo se mira. Veo miedo, claro, ¿no te fastidia?, pero veo asimismo ánimo en quienes siempre hemos apostado por la firmeza ante la adversidad. Ojo a lo que dejó escrito Blake: "Más contagioso que la peste, el miedo se comunica en un abrir y cerrar de ojos".