Nada impide ahora a los animales moverse a su antojo. Tampoco las plantas encuentran freno a sus aspiraciones. Los humanos estamos confinados, pocos motores se escuchan. Animales, árboles, arbustos, flores silvestres o sin asilvestrar, hierbajos varios y humildes, todos andan creciendo con bastante libertad, muestran sus flores con el orgullo de quien hace todo lo posible por dar lo mejor de sí mismo a los demás, sin temor a que los aplaste una bota. No hay tijera, hoz ni freno, así que sacan a relucir sus galas y quien sabe qué milagros harían si los humanos siguiéramos respetándolos. Entonces la Naturaleza volvería por sus fueros y nos miraría a la cara. Comprenderíamos que se trata nada menos que de la herencia de las próximas generaciones a la que nadie tiene derecho a dilapidar o maltratar.

Hemos de encontrar el equilibrio entre nuestros intereses y los del resto de los seres vivos. Parece mentira que un virus consiga arrinconarnos en casa como si se tratara de un águila persiguiendo a su presa. Todos en la madriguera.