Los semáforos continúan funcionando las 24 horas del día, los siete días de la semana. Pese a que el tráfico ha desaparecido, ellos no han modificado su ritmo. En la esquina de mi calle hay uno que se ve desde la ventana del dormitorio. Suelo despertarme a las tres o a las cuatro de la madrugada y me asomo a verlo en la esperanza de que haga algo raro ahora que nadie lo utiliza. Pero no: sigue con sus tres minutos en verde para los coches inexistentes, que equivalen a tres minutos en rojo para los peatones imaginarios. Actúa como las personas que solo saben un par de frases hechas que repiten a lo largo de los días y los meses sin sentirse hastiadas de sí mismas.

-Venga, hombre, revélate -le pido mentalmente antes de correr de nuevo el visillo y hacer mi visita ritual al cuarto de baño.

Luego, ya en la cama, me pregunto si mis costumbres y las de mis contemporáneos en general, no serán tan repetitivas como las del semáforo. De hecho, se hunde el mundo o nos ataca el Covid-19, que viene a ser lo mismo, y continuamos atados a nuestro carácter como si no hubiera caracteres alternativos entre los que elegir. El gracioso sigue siendo gracioso, el irascible sigue siendo irascible, el impaciente sigue siendo impaciente... Entiendo que, si tienes los pies planos, te sea imposible recorrer el pasillo como si los tuvieras cóncavos. Ahora bien, no debería resultarte tan difícil ser un poco más tolerante de lo habitual con las manías de los miembros de tu familia, por ejemplo, incluso con las tuyas propias.

Tu mujer, o tu marido, lo mismo da, llevan toda la vida dejándose abierta la tapa del retrete cuando lo usan. No está bien, de acuerdo, pero tampoco es como para organizar un escándalo. Si lo piensas, os comportáis de un modo tan robotizado como el semáforo de la esquina de mi calle. ¡Rompe de una vez esa mecánica, por Dios! Cuando veas la tapa subida, la bajas con una sonrisa irónica y santas pascuas.

La estatura o el color de los ojos no se pueden elegir, pero el carácter quizá sí. No perdamos la esperanza de ser más flexibles. El confinamiento podría servir entre otras cosas para convertirnos en otros si tal y como somos parecemos idiotas