El adulterio, que tanto ha hecho por el sostenimiento de la familia de toda la vida, atraviesa momentos de angustia. Los gobiernos, que se rompen la cabeza estudiando el modo de ayudar a los diferentes sectores de espectro social, no han reparado en los problemas que afligen a una institución tan consolidada como necesaria. Conocemos casos extremos en los que el adúltero o la adúltera vivían entre dos familias igual de afianzadas y queridas. Los viajes de trabajo y la facilidad de las comunicaciones posibilitaban estas dobles vidas, ahora truncadas por el confinamiento. Tal vez algunos y algunas de los que aplauden a las ocho de la tarde saludan con disimulo al vecino o a la vecina de enfrente, de quienes hasta ayer mismo eran amantes.

¿Qué pasa con la clandestinidad en tiempos del Covid-19? Del mismo modo que las alcantarillas siguen funcionando, determinados comportamientos ocultos deberían tener una salida para rebajar la tensión. Están los móviles, claro, a través de los que se pueden enviar mensajes apasionados de texto o voz y que permiten asimismo el uso de Facetime, pero su utilización en las viviendas, a menos que sean muy grandes, resulta enormemente peligroso. La gente se refugia en los cuartos de baño, que permiten el uso del pestillo, pero es preciso hablar en una voz tan baja que dificulta mucho la comunicación. Vale más, piensa uno, recluirse en un armario empotrado y allí, desde el aislamiento acústico provocado por los tejidos, hablar con la persona amada.

Luego conviene desinfectar el móvil, es decir, borrar las huellas del crimen, pues se trata de un aparato que deja numerosos rastros. Pero, hablando de clandestinidad, nos preguntamos también qué rayos pasará ahora con la economía sumergida. Si era tan voluminosa como aseguran algunos analistas, no habrá otra que reconocerla y quizá legalizarla cuando sus beneficiarios o sus víctimas salgan a la superficie para tomar aire. Resulta curioso que sea tan difícil mantener los secretos justo en los tiempos en los que vivimos ocultos, aislados de todo y todos en la intimidad de nuestras moradas. Ignoramos cuántos divorcios provocará el confinamiento o cuántas relaciones adúlteras estarán naciendo bajo su protección. Nadie lleva esa contabilidad emocional.