Entre las muchas cosas que dan miedo ahora, una es que China se haya convertido en el futuro oficial: lo que está pasando allí es lo que tendrá que pasar si queremos salir airosos del mal trago pandémico. Las noticias de China muestran cómo será esa "nueva normalidad" que nos venden cuando hablan de la absoluta anormalidad que nos espera. Un ejemplo. Para comprar allí una hamburguesa, en cualquiera de las cadenas globales de comida rápida, casi hay que vender el alma: hay que registrarse con el código QR que asigna el Gobierno y que remite a tu información personal, donde se indica si has estado en Wuhan en los últimos 14 días; se comprueba el estado sanitario del local cada hora, solo se permite el pago con móvil sin contacto y los que atienden van de "astronautas". En cada hamburguesa está identificado quién prepara la comida, quién la entrega y su temperatura corporal. Los clientes tienen un mapa de recorrido bien definido por el local. Comen, de uno en uno, en mesas separadas...

Parece que uno de los efectos secundarios que arrastraremos cuando "desescalemos" el Himalaya pandémico, será una restricción de la libertad personal y un aumento del control ciudadano, con un reforzamiento de la tecnología digital para monitorizarnos. Aún más. Como si Facebook o Google no lo hicieran ya. Habrá que estar atentos a lo que, en defensa de la salud, nos cuelan por ahí. Y atentos también a Trump y los voxeadores españoles, que ya se erigen en campeones de esa libertad. No cuentan que ellos también aspiran a aplicarnos su propia "nueva normalidad", que se parece mucho a la que destruyó Europa en los años treinta del siglo XX.