Si hay una lectura oportuna y consciente para esta festividad confinada del libro es El tiempo regalado, de la periodista alemana Andrea Kohler, un pequeño y precioso ensayo sobre las horas suspendidas, los pensamientos, los sueños y los deseos. Su autora explica en él a través de la literatura y de la observación que es necesario cultivar con delicadeza la espera, igual que aguardamos que la más feliz expectativa se cumpla como si se tratara de una recompensa por el tiempo regalado. Como ella misma dice, no pretende un estudio filosófico de la pausa, pero sí ahondar en la esperanza por la gratitud que pueden deparar las horas detenidas. Ese tiempo suspendido que nos aburre porque no nos dejamos llevar por pensamientos, sueños y deseos. El ser humano es el único animal en espera capaz de anticiparse a la muerte, aunque la muerte se empeñe tozudamente estos días en demostrar lo contrario.

La idea de esperar apareció en el siglo XVI, pero desde el romanticismo, las pisadas se dirigen por el camino más peligroso de la impaciencia y la irritación. Los que siguen esperando dan muestras de inquietud cuando pasa un tiempo precioso y se embarcan en lo que la autora llama una recreación continua de la primitiva escena del abandono. Pero el instante feliz, como recuerda Kohler, presupone siempre aguardar. Nuestra transición física e intelectual se asocia los periodos de desarrollo. Vivimos en una división práctica entre sueño y realidad que sólo sirve para confortarnos en los tiempos de espera.

No es difícil percatarse de que gran parte de nuestra vida no es más que una larga espera y que, en ocasiones, la expectativa es un momento emocionante, como dejó escrito Kafka. Samuel Beckett supo explicarlo mejor que nadie en la apoteosis del absurdo con Godot, en una encrucijada de la soledad, el sueño y la locura. Felices libros en tiempos desdichados. Este es uno de ellos.