Toda epidemia tiene su corona, un aura que la rodea y se expande. Esa corona se llama culpa (el viejo asunto de que todo mal pide un culpable). Ocurrió con la gran epidemia anterior (y desdichadamente actual), el sida, que hasta ahora ha causado una mortandad más de 300 veces superior a la del coronavirus, y sucede con la actual epidemia en auge. La corona del coronavirus aún no ha llegado al pico, y se expande a todos los niveles, desde la canalla trumpiana culpando a la OMS o a Europa, hasta el vecino que culpa a otro vecino de estar más expuesto porque trabaja justamente en el frente de batalla contra la epidemia. La ventaja que tiene la lucha frente a la corona de culpa del coronavirus es que el test es sencillo: allí donde veamos un brote de culpabilización de este tipo estamos ante un infectado, con toda su miseria moral. La desventaja es que resulta muy difícil de curar.