Leer sin mascarilla los periódicos puede ser tanto el problema como la solución en estos días que la adicción obligada a las malas noticias sitúa los peores escenarios y la tragedia humana en la práctica totalidad de los titulares. Pero en determinadas circunstancias los periódicos deben leerse penetrando en las páginas sin caer en la promoción del miedo que hace la política.

La propaganda oficial es de sobra conocida: esto es una guerra y hay que librarla encerrados en las casas siguiendo todas y cada una de las consignas que marca el Gobierno, las razonables y las disparatadas. Estas últimas crecen como los hongos por el vicio de regularlo todo y una especie de tic totalitario que se está instalando en ciertas altas instancias del poder. La tentación de controlar la vida de los otros también existe en las democracias; hay que ahuyentarla, de lo contrario nos jugamos salir a la calle, tras el confinamiento, para vivir una vida que desconocemos, sometidos a otras reglas.

La propagación del miedo, paralela a la del virus, hace que la gente vea pero no ayuda a la comprensión pública. La famosa preferencia de Thomas Jefferson por los periódicos antes que el gobierno, si la alternativa del gobierno es prescindir de los periódicos podría estar en estos momentos viviendo un punto de inflexión. Un pilar de la democracia tan vital como es la prensa independiente se halla a merced de un mercado extraño: la popularidad y el interés por la información supuestamente aumentan en medio de una crisis comercial que amenaza a las redacciones. Y, mientras tanto, la única arma que tenemos frente al ruido ambiental es informar con veracidad y emitir opiniones libres. Es la manera que un periódico puede ofrecer tranquilidad a quienes padecen la agonía existencial del coronavirus, sin convertirse en una de sus víctimas. Recuerden y sin ánimo de dramatizar, si esto que tienen en la mano sufre, la democracia sufre.