Se les saluda, en este nuevo día que tenemos la oportunidad de disfrutar. 2 de mayo ya, en un continuo goteo de atardeceres y amaneceres, que nos han traído a este tiempo de franca primavera. Días variables, con calor a veces, seguido de jornadas lluviosas, incluso de fríos que -les confieso- hacen a veces añorar la calefacción.

¿Cómo siguen? Espero que bien, y eso deseo. Pero no todos. Cada día, al menos una vez, pienso en esas casi veinticinco mil personas que, según las cifras oficiales, se ha llevado ya por delante, a día de hoy, esta pandemia solo en nuestro país. Veinticinco mil personas, proyectos de vida, trayectorias y afectos que hoy no están, en este día de primavera, y que se suman a muchas más víctimas en el mundo. Números escalofriantes que, sin duda, no se han disparado mucho más a día de hoy por la respuesta colectiva de la sociedad. Por las medidas tomadas, por el aislamiento físico y por los esfuerzos de tantas personas, desde diferentes actividades profesionales. Es importante que nos quedemos con la idea de que, efectivamente, la unión hace la fuerza. Como he expresado aquí muchas veces, ante los grandes problemas de poco sirven las respuestas individuales. Solamente la coordinación, la suma del trabajo de muchos y una visión que trascienda nuestros propios límites particulares nos permite avanzar. Esto, que es meridiano desde hace mucho tiempo en entornos como el científico, es una enseñanza que se puede hoy extrapolar al conjunto de la sociedad. En encontrar los mecanismos para arbitrar palancas que puedan responder a dichos problemas globales, y en particular a los problemas sanitarios, estará el éxito del futuro, en términos de tener la capacidad de capear las futuras ondas pandémicas de cualquiera de los virus que, hoy o mañana, nos pueden acechar.

Ya lo decían diversos comités de expertos hace años, tal y como se está explicando estos días en distintos medios de comunicación. Vivimos cómodos con una sociedad fragmentada, donde las instituciones que entienden de problemas específicos, como estos, encuentran muchas trabas a la hora de poner en marcha políticas, o incluso desarrollar sistemas de alerta temprana, o poder comparar datos de diferentes sistemas de salud en países radicalmente distintos y, a veces, hasta enfrentados, o donde no existe realmente un mínimo desarrollo de los mismos. Este es uno de los retos a los que me refería en el anterior párrafo. Un virus es algo muy pequeño pero, paradójicamente, tiene la suficiente potencia como para poner en jaque a toda la Humanidad. Ojalá aprendamos de esto, y saquemos ante ello lo mejor de nosotros mismos.

Con todo ello, ahora se trata de mirar hacia adelante, y tratar de celebrar con moderación y enormes dosis de prudencia los logros ya cosechados, en los días en que se empiezan a cerrar los grandes hospitales provisionales dedicados a esta patología que nos asola, al tiempo que se abren algunas ventanas de ocio y movilidad. ¿Han ido ya o irán a pasear hoy, o a hacer deporte? Yo les confieso que, por ahora, no lo haré, porque eso de pasear hasta llegar a un kilómetro de tu casa, cuando en torno a la misma todas son peligrosas carreteras sin aceras, puede ser fatídico. O, peor aún, correr por dichas vías desde tu portal, sin poder coger el coche para acercarnos a un lugar seguro a dos, tres o cuatro kilómetros, da miedo. Casi vamos a esperar un poco, a ver si el propio uso de estas normas hace introducir en las mismas algunas modificaciones que, en el caso que les describo, harían que la carrera o el paseo tuviesen notablemente menos riesgo. Ciertamente, se nota en lo permitido y en lo prohibido un cierto sesgo de lo que viene expresado y orquestado desde la gran ciudad. En esta Galicia rural nuestra, donde vivimos tan dispersos que casi toda ella es una inmensa área residencial, pero sin aceras u otras infraestructuras básicas a veces muy cerca de las vilas, salir de casa corriendo para llegar al pueblo, a la playa, al paseo o al bosque es, directamente, jugarte la vida.

En fin, que son así las cosas y las crónicas de este tiempo posmoderno y, no cabe duda, diferente. ¿Qué hacen ustedes? Pues yo terminar ahora este artículo, con la piel de las manos envejecida veinte años por el uso y abuso de jabones, soluciones desinfectantes y lejías, mientras contemplo la verde inmensidad que me rodea, y los altavoces me regalan con los suaves, comprometidos y siempre especiales temas de Joan Baez. La melodía perfecta para este mayo, al que nos asomamos optimistas, pero prudentes, con mucho por hacer, y con la tarea de intentar reconstruir nuestras vidas sin volver al episodio cero de una nueva oleada de contagios a la que no podamos poner freno sin grandes destrozos. Y es que el resto ya saben cómo evoluciona...

Ahora mismo, para el final, suena "la respuesta está en el viento...", en la siempre sugerente -y que a mí me pone los pelos de punta- voz de la hija de Albert Baez, al que un día conocí en Coruña. Un bonito tema para poner el punto y final a una columna esperanzada, pero con los pies en la tierra, en la que ustedes son los únicos protagonistas... ¡Cuídense!