Oigan? ¿Es miércoles ya? Realmente me sorprende cómo se concatenan los días y cómo este tiempo extraño comparte con el de siempre la propiedad de fluir y fluir, escapándose literalmente de nuestras manos. Y es que, casi sin darnos cuenta, corren los días, las semanas, los meses y los años. Y de estos últimos, amigos y amigas, no disponemos de una eterna cuenta de la que echar mano. Son conscientes, ¿verdad? C'est la vie...

En fin... Retomo hoy esta introducción referida al rápido paso del tiempo para, sin más dilación, plantearles esta columna de reflexión sobre el tipo de realidad que queremos, para hoy y para el futuro de los que vengan detrás. Y lo hago a partir del siempre sano ejercicio de refrescar la memoria. Pónganse diez años por detrás. ¿Se acuerdan? Pues corría el 6 de mayo de 2010 y la noticia, entonces, era la caída en barrena del todopoderoso e influyente Dow Jones, debido a, por lo que se supo después, un presunto fallo derivado de la utilización de un nuevo programa informático en unas transacciones en el mercado de futuros.

No abundaré hoy en las aristas de tal mercado de futuros, que no deja de ser un sistema de ensayo y error, o de apuesta sobre futuras cotizaciones, puramente especulativo y -desde mi punto de vista- dañino para la sostenibilidad global, bastante inmoral, y montado sobre unas reglas al menos cuestionables. No. Me quedaré hoy con otra imagen, si cabe más básica aún. Y es que... ¿se dan cuenta de que la realidad está montada por capas, colocadas una encima de otra como en una gigantesca cebolla?

Me explico. Miren, la Naturaleza no sabe lo que son los mercados de futuros. Es más, para la Naturaleza el futuro no existe. Se trata de una abstracción, de una forma de hablar de tiempos presentes que vendrán, generada en la mente humana. Y es que ¿cómo hablar de comprometer un swap, pongamos por caso, en un tiempo extraño a nuestro cono actual del espacio-tiempo y en el que, quién sabe, estaremos o no, y del que no conoceremos las condiciones?

La Naturaleza es ajena a todo ello, sí, pero damos por tan importantes y ciertas determinadas capas que forman parte del complejísimo sistema operativo del que nos hemos dotado, que tendemos a confundirlas con ella misma, con la capa más basal del sistema, el propio hecho de estar vivos, al que no podemos sustraernos, y cuyo fallo anula todo lo demás. No quiere decir esto que la Economía, y hasta la Bolsa o el Derecho, este último caprichosamente variable en las diferentes sociedades y tiempos, no sean importantes, y quizá hasta críticos. Nada más lejano de lo que quiero decir. Pero sí que es bueno, a la hora de comprender problemas y de diseñar sus soluciones, que entendamos que ni tales ámbitos son dogmas, ni tienen un alcance mayor del que realmente poseen. Son, en muchos casos, procedimientos, formas de entendernos, convenciones o planteamientos consuetudinarios y, llegado el caso, hasta prescindibiles.

En tiempos como el que vivimos, es crucial, nítido y meridiano preservar la salud de las personas. Cuidar y proteger a los más débiles ante el Covid-19 que, por otra parte, aún no tenemos muy claro quiénes son, habida cuenta de que no se comprenden todavía los mecanismos del sorprendente agravamiento de la infección en algunos casos, versus el no menos asombroso paso desapercibido en otros. O sea, protegernos a todos. Esa es la clave. Y todo lo demás, en mayor o menor escala, puede llegar a ser relativo. El dinero mismo, su circulación, sus premisas y sus lógicas, por raro que nos parezca -porque desde pequeñito lo tenemos así asumidos- es impostado. No forma parte de las capas más básicas de la cebolla. Y su uso, su normativa y su forma de ser planteado -por importante y necesario que este sea- pueden ser cambiados si existe el suficiente consenso. Y en casos como este, de crisis a escala planetaria, ha de poder existir tal voluntad, sí o sí. El dinero -despojado hace tiempo de su contravalor en oro- también se puede producir a demanda con la maquinita de fabricarlo -perdónenme los más ortodoxos la simplificación y hasta el chascarrillo-, y todo puede ser alterado transitoriamente, si es bueno para el conjunto y hay el suficiente y necesario consenso global.

Lo que no se puede cambiar es la muerte. La enfermedad. El desastre. El que casi 30.000 conciudadanos y conciudadanas nuestros, y 250.000 personas en el mundo se hayan ido, y en muchos casos sufriendo mucho. Lo que no se puede cambiar es la causa de nuestros problemas. Los azotes que no entienden de fronteras, ni de muchas de nuestras pantomimas, incluidas las puestas en escena de los que buscan sacar tajada -en forma de votos- de sus teatrillos irresponsables. Todo lo demás, las capas más superficiales de la cebolla, a pesar de lo que digan circunspectos ciudadanos revestidos de dudoso oropel y relativo éxito profesional en sus cuestionables campos, como el de los futuros, sí. Son capas externas, lejos de la realidad más potente con la que estos días nos damos de bruces. Y esta no es otra que la de que somos atónitos e impotentes hormiguitas encima de una gran bola de fuego y agua girando a alta velocidad por el espacio, sin saber por qué, ni cómo ni dónde, y sometidos a situaciones que, solos, nos superan. Solo con la cooperación planetaria, el cultivo del conocimiento, la orientación máxima a resultados y con grandes dosis de generosidad, trabajo conjunto y amor por nosotros mismos, por los demás y por el conjunto de la Naturaleza podremos dibujar un paradigma netamente diferente y donde el "día de infarto" no sea aquel, como hace diez años, en el que simplemente un bróker entendió mal las instrucciones de una nueva aplicación para que los que más tienen acumulen más y más y más dinero... Total, papelitos, en capas muy externas de la cebolla...