Aunque algunas voces liantes han querido vincular, en las circunstancias de esta epidemia, la mayor incidencia de fallecimientos en geriátricos con prácticas de eutanasia, eso no deja de ser una afirmación sin mayor fundamento, calumniosa opino yo, y fuera de lugar. Porque si de algo se ha caracterizado la actitud de médicos y sanitarios en esta agobiante situación epidemiológica, repito, ha sido la actitud encomiable y sacrificada de hacer todo lo posible para auxiliar a los que allí acudían suplicando, quizás mudamente, ayuda para vivir, para seguir viviendo a pesar de esas fiebres, dificultades respiratorios y demás limitaciones, y es impensable, o hay que ser muy retorcido, para considerar que acudían allí pidiendo ser matado, ser aniquilado. Existe el peligro de simplificar los problemas a fuerza de reducir la consideración de los afectados como simples cifras o datos de una estadística. Y en esto de la eutanasia hay una resbaladiza pendiente que por las razones que sean, económicas, ideológicas, acaba deshumanizando a la sociedad. Cada persona, con su edad y limitaciones, o potencialidades, es un ser único e irrepetible llamado a la vida, en la que está ya instalado, y que puede confiar en la sincera ayuda, con epidemias o sin ellas, viejo, joven, adulto o accidentado, de sus semejantes sanitarios para ayudarle a vivir.