Quizás era necesaria la llegada de un horror de la magnitud del que estamos viviendo, para poder mirar un poco más adentro de lo visible y darnos cuenta de que el ser humano, en esencia, es bueno.

Observo congratulada el apoyo y la comprensión que, en general, los unos nos brindamos a los otros en los momentos de mayor dificultad y, trato de comprender por qué hay quien se empeña en caminar por la vida llevando en su mochila una carga venenosa.

Es entonces cuando me doy cuenta de que la competitividad mal entendida, la extrema soberbia, el podrido resentimiento, los celos desgarradores, el egoísmo exacerbado, o algunas graves patologías mentales; son los únicos factores que pueden degenerar hasta convertir al individuo en un ser malvado para sí mismo y para los demás.

Si en algo he reparado por medio de este castigo enviado por la naturaleza o, quizás, por alguna autoridad superior, ha sido en nuestra fragilidad como colectivo. Desde lo más alto, hasta lo más bajo del escalafón económico y social, cada uno de nosotros ha sido pasto del horror y de la incertidumbre.

Todos hemos padecido el miedo y el abatimiento en nuestras propias carnes: logrando que hasta el más aprendido haya aprendido a relativizar. Algo que estábamos pidiendo a gritos en una sociedad en la que se estaba perdiendo la humanidad, en favor del alquiler de balcones para mirarse el ombligo.

Esta guerra aún no ha terminado. Queda mucho por hacer, una vacuna que inventar y un país aletargado que levantar. Y tenemos que hacerlo entre todos. Consumiendo aquí y de aquí, pero también siendo mejores personas.

Que el poso de realidad que ha dejado el coronavirus en nuestras almas nos sirva a todos para valorar lo más pequeño, para ser generosos y para desarrollar la empatía. No debemos olvidar que el mundo acaba de demostrarnos que podía seguir sin nosotros, que no le hacemos falta para continuar.

Es preciso ser conscientes de la necesidad de protegernos, destinando grandes presupuestos a la investigación y a la mejora del sistema sanitario. Seamos lo suficientemente humildes como para asumir que existen contrincantes que no precisan de dinero ni armamento para ser más poderosos que todos nosotros juntos.

Luchemos con la ilusión contenida y sin dejar de hacer gala de una alegría que deberá recuperarse poco a poco con responsabilidad. Volvamos a ser sin olvidar, volvamos a empezar con paciencia y sin ansia, volvamos a mirar en nuestro interior para recordar quienes somos y que nadie es más que nadie.

Todo está por hacer y todo es posible. Sumerjámonos en nuestras entrañas hasta encontrar lo mejor de nosotros mismos que, en definitiva, no consiste en otra cosa que en volver a ser buenos.