Miércoles, 13 de mayo, estupenda excusa para dedicarles un saludo y una sonrisa. Aquí estamos, a pesar de todo, en la nómina de los vivos, porque si no sería difícil que con estas líneas nos comunicásemos. Pero, no se engañen, esto no lo puede decir todo el mundo. Y es que no dejo de pensar un solo minuto en esas casi treinta mil personas que conforman la primera línea de las víctimas de esta desgracia colectiva. Por fortuna, a día de hoy no me ha tocado directamente, en mi ámbito más familiar e íntimo. Pero ya he escrito algún artículo sobre personas que, con esto, se fueron. Y es que desde la empatía, no lo duden, esto es una tragedia colectiva.

Por todo ello, porque los que se fueron no vendrán y porque todos seguimos en peligro, no debemos ni bajar la guardia ni convertir el día a día en una especie de fiesta absoluta. Ni mucho menos. Ya les he contado mil veces que mis propias normas son mucho más restrictivas aún de lo que puedo hacer y no hacer por orden gubernamental, y creo que así han de seguir un tiempo las cosas si no queremos ir a escenarios peores. Tengan cuidado, pues. Y, antes de reivindicar verbenas de verano o fiestas de la espuma, acuérdense de todos aquellos que ya no están. Y de la cara que se les ha quedado a sus seres queridos, que no han podido acompañarles en el último momento, a pesar de la buena disposición y voluntad de quien les cuidó en los hospitales. No pasa nada si, durante un tiempo, hay que vivir de una forma diferente. Nobleza obliga.

La Covid-19 ha dejado huella profunda en nuestra sociedad global, no solamente por sus evidentes consecuencias en el plano de la salud, sino por sus no menos claras implicaciones socioeconómicas. Por cómo condiciona nuestro día a día, algo que seguirá vigente aún un período indeterminado de tiempo, y por su irrupción en un ámbito tan sensible como el de las transacciones comerciales, la producción y las actividades del sector servicios. Absolutamente todo lo que está asociado a la actividad económica ha quedado trastocado por este complejo episodio que estamos viviendo. Y, evidentemente, su proyección implicará medidas extraordinarias, adaptación al cambio y toneladas de valores, voluntad y empatía para que no perjudique, como siempre, sobre todo a los más débiles.

Todo ello es sabido, pero hoy quiero adentrarme en el terreno de las otras consecuencias de esta pandemia, también presentes en nuestra sociedad. Es evidente, para empezar, que todos los indicadores de desigualdad evolucionarán a peor. Porque, para empezar, no es lo mismo afrontar este trance con una buena renta y un lugar agradable donde estar, que en una infravivienda o un lugar conflictivo, y con escasos recursos. Piensen que muchas actividades, incluso a veces propias de la economía informal, han quedado absolutamente fuera de juego estos días. Si tú malvives pero comes de vender pañuelos en un semáforo, por ejemplo, ¿cómo puedes mantenerte en un escenario donde no solamente no se va a aceptar algo tocado por otra mano, sino en el que literalmente ni puedes estar en la calle? Ciertamente, las personas con menos recursos se enfrentan peor a esta inédita situación. En el ámbito educativo se ve claramente también: no es lo mismo tener recursos y capacidades para afrontar una educación en línea en un ambiente salubre y confortable, que vivir con lo mínimo y sin los recursos necesarios. Y eso que me constan múltiples iniciativas, institucionales y privadas, para impedir que esto último ocurra, al menos en lo tocante a la disposición de medios tecnológicos. Pero, aún así, no se confina uno igual con grandes problemas de base en la familia que en un hogar donde todo fluye de una forma más amable.

La posible violencia a posteriori surgida de la frustración, o del desequilibrio social, también me preocupa. Las sociedades más desiguales son sociedades menos vivibles. Más difíciles, y donde hay mayor y más variada violencia. Si vamos a tener una sociedad menos equitativa, podemos intuir que la misma será más difícil. Y eso nos afectará a todos, independientemente de nuestra conciencia social y del tipo de modelo de sociedad que defendamos. El ámbito de la salud mental, además, imagino que irá a peor en los próximos tiempos. Algo he oído sobre ello a distintos especialistas y, a día de hoy, parece que esperan que la tendencia sea esa. Ciertamente hoy están más presentes el miedo, la angustia y la depresión, y la inestabilidad emocional. Comprensible, lógicamente. ¿O usted no está asustado por todo esto? Tenga usted claro que yo, por mucho que lo racionalice, sí.

Pero no se me agobien ni cambien de página. También hay consecuencias paradójicamente positivas de este desastre. Porque... ¿qué me dicen ustedes sobre la mejora, a día de hoy, de muchísimos indicadores relativos a la contaminación y, en general, a la salud del medio ambiente? Y esto se sumará a la existencia, hoy, de una mayor conciencia de la importancia de cuidar el entorno natural. Estoy convencido de que así será, y creo que habrá un antes y un después en el abordaje de lo medioambiental, a partir de este momento. O, ¿cuál será para ustedes el peso que tenga la ciencia en la sociedad del futuro? Yo espero que la misma, y el conocimiento en general, sean más valorados, necesidad de la que aquí hablamos con frecuencia. Porque una sociedad que cree más en el saber, sin ambages, es siempre una sociedad más preparada, que sale mejor de las dificultades y que tiene mejores mimbres para reconstruirse a sí misma. Obviamente, mucho camino falta por recorrer en tal empeño, pero creo que este virus ayudará, en alguna medida, en tal empresa.

Mientras, vayámonos cuidando, resistiendo y tratando de navegar en estas aguas ciertamente convulsas...