El número imparable de víctimas de la pandemia Covid-19, obliga al ciudadano a hincarse de rodillas ante el dolor, en tanto, la clase gobernante despliega su panoplia de estereotipos y argucias con ese narcisismo amenazante "yo o el caos". Es aquí cuando se percibe la distancia que separa al político de la liturgia democrática y puede observarse, cómo el político contempla el horizonte como una dimensión de sus posibilidades y cálculos. El actual estado de alerta, viene desmañado del desbarajuste informativo de una comunicación (oficial) certera y rigurosa sobre las estadísticas de la pandemia. Rectificaciones in extremis, descoordinación ministerial, desmentidos, etc? han desvirtuado la cosmética destilada por el equipo monclovita habitual, para descargar la negligencia del "mando único" y derivarla sobre los demás. En los desmentidos (véase el caso de la OCDE), siguieron sin rubor la pauta de Andreotti "un desmentido es una noticia que se da dos veces". El Gobierno populista-rupturista reinante, no se ha definido por elaborar, ante la recesión prevista, programas paliativos, ni tampoco de aminorar el gasto público. Se viene distinguiendo solo por su heterogénea composición cuyo fajín no lo une el poder sino el temor a perderlo, pero no dudará en cambiar el paradigma del "todo vale" actual al "sálvese quien pueda" en el futuro (¿). Todos los clarines económico-informativos se avecinan una pugnaz recaudación fiscal y será entonces, al estrujar el bolsillo de los contribuyentes, cuando aparecerán en escena la comedia y la tragedia. No hay más que sentarse.

Otrosí digo

Ni una sola gota de humor se destila en el Congreso de los Diputados. El humor es un signo de salud mental. Hacen falta políticos que sepan reírse de sí mismos, como lo hizo Rajoy, ejemplo de automofo. Su sonrisa irónica lo apartaba de la prepotencia, nunca necesitó que lo aleccionaran. Sabía, además, que las masas varían o desvarían, entre el que manda y el que obedece.