Nueva cita en esta relación epistolar que nos une, y con la que espero que usted disfrute tanto como yo. Seguimos oteando y analizando nuestro devenir como seres humanos, y tratando de entender el espacio líquido que nos rodea sin irnos a las visiones más sesgadas o a los meros comentarios pasionales y en caliente, que a veces más que aportar, enturbian. Porque, ¿saben?, a estas alturas uno ya se ha percatado de que cuando alguien bienintencionado dice algo, sus razones tendrá. Y no están las cosas como para juzgar al "todo o nada", a menos que hablemos de elementos tan críticos como los relacionados con los derechos humanos o, en particular, los derechos socioeconómicos de las personas. A partir de ahí, creo que todo es opinable. Y todo se puede rebatir, empezando por lo mío, si es desde el respeto y el espíritu constructivo. De eso se trata.

Hoy les cuento que, por aquí y a pesar de las circunstancias que vivimos, sin novedad. La primavera sigue su curso y, con ella, nuevos actores en ese escenario de la vida que se repite año tras año. Y, en un papel estelar, diversas y abundantes flores en su estallido anual de color, y también el despertar de muchos animales que han pasado de una forma mucho más reposada el invierno. Pero ahora, mayo ligero ya, todos están ya convocados a la fiesta de la luz y el calor, recuperando todo ese tiempo de sosiego pasado.

Pero no todo es igual. El cambio climático, evidente a poco que uno se fije, está produciendo matices distintos en los últimos períodos primaverales. Yo, por una alergia sobrevenida de la que un día ya les hablé, producida por varios incidentes haciendo deporte por el monte, no pierdo de vista a las garrapatas. Sí, esos pequeños arácnidos que tienen la desagradable costumbre de fijarse en sus hospedadores para, literalmente, chuparles la sangre. Las mismas tienen la capacidad de producir reacciones alérgicas en las personas, que pueden llegar a ser graves. O transmitir la enfermedad de Lyme, antes inédita en Galicia pero de la que ahora se refieren casos. O, yendo a más, y seguramente debido a cambios en el patrón migratorio de las aves, con las que viajan especies de garrapatas antes exóticas, fiebres hemorrágicas y muchas veces letales, como la de Crimea-Congo, de la que hubo un par de casos ya en Castilla-León, aquí al lado.

Por eso lo que antes para mí era una anécdota, producida de vez en cuando en tantas y tantas excursiones a la montaña, hoy me preocupa -por sus posibles consecuencias- y directamente me produce problemas, al causarme episodios relativamente largos de mucha incomodidad, con el riesgo sobrevenido de que la reacción alérgica vaya a más. Pues tomen nota: hace unos días me encontré una subiendo por una de mis piernas después de cortar la hierba en casa, algo que jamás antes había ocurrido. Ya no es traerlas al ir al monte, al pasar veinte o treinta kilómetros corriendo por Chelo o por el Xalo, o encontrarlas visitando las siempre mágicas campas de Trevinca. No. Tampoco ir al pinar o a los senderos de Doniños o al bello Cañón del Eume, donde hace no mucho tiempo también coseché el interés de tales bichitos. No. Ahora en casa ya, sin salir del portal de la misma. Puedo imaginarme cómo estará el maravilloso entorno de la Torre de Hércules, sin ir más lejos. Tengan mucho cuidado, ustedes mismos y con los perros que les acompañen.

Lo cierto es que no estamos solos. La biodiversidad, aunque a veces nos empeñemos en lo contrario, es una característica del mundo vivo. Y aunque a veces nos creamos los reyes y señores de todas las criaturas, no es así. No me voy a referir, por ser inoportuno y sabido en estos días, a nuestras presentes cuitas con algo tan lábil y tan poca cosa como un virus, que por no estar ni está vivo en el sentido más estricto de la palabra. Pero incluso el mismo es parte de ese ejército que nos rodea, y del que desde el ser más pequeño hasta el más grande forman parte. Un elenco amplio y nutrido en el que también caben las referidas garrapatas o los gusanos de la manzana, del que ya he visto un par de noticias -por ser inminente su aparición- en publicaciones especializadas. Lo cierto es que, en ausencia de fitosanitarios y otras medidas artificiales, todo en la Naturaleza existe, y está interconectado como parte de una cadena de la que somos un eslabón más. Y sí, es difícil el equilibrio entre mantener la armonía natural y nuestros propios intereses como especie, grupos e individuos. Por eso es un ámbito en el que hay que saber discernir e hilar muy fino. Porque de la normalidad a la hecatombe hay una frontera demasiado estrecha.

No estamos solos, no. Somos parte de un todo, que nos alberga y que constituye nuestro soporte a todos los niveles. Una gigantesca placa Petri, sobre la que evolucionamos. Nuestro tesoro, compartido con millones de criaturas, que también aspiran a su parte.