Cuenta Manuel Vilas en Ordesa que una relación que muere da origen a una lengua muerta. Según su teoría, cuando alguien se enamora de alguien, se frecuenta, convive y ama; se crea un lenguaje que solamente les pertenece a ellos dos.

Se trata de un idioma privado, plagado de neologismos, campos semánticos, inflexiones, sobreentendidos, miradas y gestos. Solamente lo entienden dos personas y acaba entrando en coma con cada crisis, para morir poco a poco cuando se separan y acabar haciéndolo del todo cuando los integrantes de la relación terminan por encontrar nuevas parejas.

Superado el duelo que trae consigo cada muerte, se crea de nuevo otro idioma que -a pesar de tener reminiscencias del anterior que permanecen vivas en nuestra esencia-, viene acompañado de nuevos vocablos y de formas mejoradas.

Acabamos hartándonos de aquellos caminos que no llevan a ninguna parte, cediendo posiciones y aprendiendo de idiomas anteriores para crear otros nuevos. Millones de lenguas muertas se van quedando por las esquinas para nunca regresar.

Es posible que el tiempo que vivimos tenga también algo de lengua muerta, porque cada rincón, visto desde la cruda perspectiva actual, también ha fallecido un poco. Ya nada es ni será cómo fue. Cada recuerdo proveniente de la barra de algún bar, de una terraza, de un callejón, de un banco o de una farola; será eclipsado por la memoria del vacío.

La imagen de la soledad impregnándolo todo durante varios meses, del silencio, del miedo, de la enfermedad y de la tristeza; dibujará durante mucho tiempo en nuestras memorias un lenguaje basado en sensaciones que solamente comprenderemos de forma individual y que pesará durante el periodo que tardemos en volver a vivir, en superar nuestros miedos y en crear nuevos recuerdos que traigan consigo nuevos idiomas.

Somos dueños de vivir nuestros sentimientos de la forma en que queramos y podamos, pero también estamos obligados a avanzar.

Cada paso que damos hacia delante da origen a algo nuevo y, en el caso del incierto futuro que nos aguarda, solamente podremos salir fortalecidos y sentar los precedentes para crear un mundo mejor, si somos capaces de dejar atrás el duelo y de volver a empezar sin mirar atrás.

Cada uno de nosotros tiene que despojarse de la lengua muerta acarreada por su relación con un mundo roto y debe tratar de construir un nuevo lenguaje con un mundo que es preciso reconstruir partiendo de cero.

Es necesario respetar las normas e ir soltando lastre de forma progresiva a medida que nos lo vayan permitiendo, pero es fundamental hacerlo sin huellas, sacando lo mejor de cada cual y desechando las pinceladas que eran mejorables del lenguaje anterior.

Tenemos frente a nosotros un mundo que nos necesita bastante menos que nosotros a él y que, sin embargo, al igual que sucede en toda buena relación con su lengua viva establecida, estamos a tiempo de reconducir con una base mucho más firme que la anterior.