No convendría desdeñar la capacidad de Pablo Iglesias de embarrar el terreno de juego, puesto que en el fango se maneja mejor su estrategia de derribo de un modelo de Estado que considera caduco y clasista. Se beneficia además de que Sánchez no suele asomarse al barro para no salpicarse el bajo del pantalón: tal es su aprecio a la imagen de Doríforo que proyecta, como efigie de mármol encaminada a la contemplación de la posteridad. Y así, mientras el presidente se recrea en posar, escultural, para el Polícleto del CIS que maneja Tezanos, su vicepresidente segundo se esmera en esculpir los pedruscos romos, en llevar a cabo el trabajo sucio de pedernal.

Una vez que el Gobierno se desdijo del sorprendente y maquiavélico acuerdo con Bildu, Iglesias soltó una latinazo que pone de manifiesto sus intenciones: " Pacta sunt servanda". O sea, "lo pactado obliga" y no hay marcha atrás. La reforma laboral de Rajoy se deroga sí o sí. El contrato es ley entre las partes, defiende el factótum de Unidas Podemos, envuelto en toga de jurista de Derecho sin puñetas. Tal vez desconozca Iglesias que si bien la validez y el cumplimiento de los contratos no pueden quedar al arbitrio de una de las partes, existe en Derecho Civil la cláusula rebus sic stantibus, que autoriza a revisar los contratos cuando se dieran circunstancias que alteraran el contexto inicial de la firma. Por ejemplo, el clamor popular contra un acuerdo pactado con los herederos de una banda de asesinos.

Mejor haría el ministro de Derechos Sociales en proponer por ley la rebaja del precio de las mascarillas, insoportable carga onerosa para muchas familias, y ya que nos obliga a llevarlas puestas a casi todas horas, en beneficio simbólico de la ley mordaza.