Soy de los que piensan que el fin no justifica los medios. Mucho menos cuando el fin es asumible desde otra perspectiva. Por eso echar la culpa al Partido Popular de tener que haberse embarcado con Bildu para conseguir los apoyos para el estado de alarma es una excusa tan artera como estúpida por parte del Gobierno. No es que el Partido Popular no tenga culpa de muchas cosas, las tiene como cualquier otra organización política a la deriva en estos tiempos, pero la responsabilidad en este caso, como resulta plasmada en el documento suscrito con los proetarras de la derogación integral de la reforma laboral, que tanto revuelo ha levantado, es exclusiva de quienes lo han firmado sin una utilidad parlamentaria que se sepa en estos momentos. Otra cosa es que se trate de una argucia o una estrategia para repensar el futuro más inmediato de una legislatura abonada al más estrepitoso de los fracasos. ¿Dónde estamos señores míos, en la propaganda o en la gestión de los intereses generales de este país?

La verdad es que produce estupor caminar entre los escombros de esta legislatura ensombrecida por el Gobierno Sánchez-Iglesias. No hay nada en ella que anime a la esperanza. Ha reavivado el enfrentamiento entre dos facciones de España que habían aprendido a convivir juntas desde la Transición, no con poco esfuerzo y voluntarismo político, y roto los puentes del entendimiento entre las fuerzas constitucionalistas, que son a fin de cuentas las que vota la mayoría. Por ese motivo y en unas circunstancias tan extremadamente graves, como las que nos toca vivir, resulta aún más asombroso el camino dispar que han emprendido los líderes sociales de este país, y por contagio una gran parte de la población.

Frente al ruido de la calle, Aló Presidente salió ayer a anunciar el fútbol como opio del pueblo y a animar a los españoles a planificar sus vacaciones. La desescalada se encoge y se precipita según le conviene a la impopularidad de Sánchez.