La compleja Unión Europea siempre se ve forzada a conjugar criterios radicalmente opuestos a la hora de repartir el dinero. Cuantas menos ayudas a fondo perdido se otorgan, más abandonados se sienten los países del sur. Cuantos menos créditos con exigencia de reembolso se promueven, más estafados se sienten los vecinos del norte. Esa discrepancia responde a un choque cultural y de valores, acunadas históricamente unas naciones en el laxo sentido del catolicismo, que casi todo lo perdona, y con arraigo las otras en una rígida moral protestante, que casi todo lo castiga. La Comisión propuso esta semana un Fondo para la Reconstrucción inédito que completa una potente batería de instrumentos de ayuda ante la pandemia. Una oportunidad única y una tabla de salvación.

La UE, un sofisticado, exquisito y singular sistema de cooperación entre naciones diversas, aprendió de los errores de la pasada crisis. Nadie puede negar que en el cataclismo descomunal de la emergencia sanitaria y sus consecuencias intenta estar en este momento a la altura de las excepcionales circunstancias. Solo los populistas que buscan chivos expiatorios con los que eludir sus responsabilidades pueden reprocharle falta de solidaridad.

La propuesta de la Comisión para reactivar la economía aún dará vueltas. Necesita unanimidad de los estados miembros y puede que acabe sacrificando en parte su ambición para conjugar, en terminología comunitaria, la sensibilidad de los austeros y la de los manirrotos. Aunque habrá, como siempre en las iniciativas trascendentales de este club, un paso adelante y dos atrás, y lentitud exasperante, estamos ante un gran avance y un doble motivo de esperanza para España: por el colchón que supone para amortiguar el desastre de la hibernación y por los cambios positivos que puede inducir Europa aquí.

Los dirigentes españoles se toman a broma lo ocurrido. Basta con mirar el zafarrancho barriobajero del Congreso, la ausencia de compromisos reales para mantener el rigor fiscal y propiciar cambios estructurales o esa pomposa comisión para los nuevos pactos de La Moncloa llena de ideología, que parece por sus inicios que está más por destruir que para lo otro. Conviene tener claro de antemano que esos espectáculos desacreditan al país ante quienes van a tenderle sus manos. También que la lluvia de millones no saldrá gratis. Esos fondos no llegan para aumentar el peso del Estado en la economía, nacionalizar compañías y disparar gastos improductivos con la proliferación desmesurada de organismos públicos y subsidios clientelares, sino para la transformación verde y digital, la eficiencia y la competitividad.

El PSOE y el PP, como grupos mayoritarios que aglutinan las preferencias de los españoles, malgastaron los réditos de los periodos de recuperación para corregir desequilibrios. Ahora andan empeñados en mantenerse en el desacuerdo en asuntos cuya gravedad pone en riesgo el futuro de todos, como el compromiso para el saneamiento de las finanzas o las palancas de crecimiento.

Corromper la política con falsedades, rabia, resentimiento y ventajismo para ganar elecciones, y olvidar su auténtica finalidad, mejorar la vida de la mayoría de los ciudadanos, hace, por ejemplo, que España haya pasado, por mala planificación, exceso de burocracia y nula gestión, de contar como uno de los países que más rentabilizaba los créditos y subsidios externos a estar entre los que menos.

España, que tanto debe en el desarrollo de sus infraestructuras a ese maná, figura a la cola de la clasificación del aprovechamiento. Mal precedente para lo que se avecina. Galicia debe también maximizar su aprovechamiento para ayudar al tejido productivo y al despegue del territorio. Importa mucho ahora reunir buenas ideas y ponerse a trabajar con intensidad y sin sectarismos en prepararlas y defenderlas con brillantez para captar recursos. Los participantes de esta semana en los Diálogos para la Reconstrucción promovidos por LA OPINIÓN A CORUÑA son conscientes de ese enorme potencial del fondo de Bruselas para la recuperación. Cada administración reclama contar en el reparto y planificación de esas futuras ayudas. Es primordial emplearse a fondo para captarlas y destinarlas a proyectos con valor añadido. Hay un territorio ingente por explorar y explotar para que iniciativas gallegas encuentren el respaldo de los socios comunitarios. No solo en el ámbito de la transición ecológica -uno evidente-, sino también en el de la ciencia, la investigación, la tecnología, la innovación o la reindustrialización limpia.

Algunas comunidades ya han empezado la puja y las presiones chantajistas de siempre al Gobierno central para blindar para sí gran parte de ese dinero. No esperemos a que nadie venga a regalarnos soluciones. Cuando, después del verano, la UE sustancie ya su plan definitivo, Galicia dispondrá de mecanismos de respaldo a los que acudir para modernizar la región y generar empleo en especial para los jóvenes, que buena falta hace. Cuanto antes nos pongamos a ello, mejor. De lo contrario, sin capacidad para alzar la mirada y ver más allá, actuando con la mentalidad de un relaciones públicas o de un administrador concursal o promoviendo medidas proselitistas y aventureras que atraigan a cazadores de rentas, las regiones que así lo hagan, acabarán infectadas por otro virus letal: el de la insignificancia.