Dice la Real Academia Española, en la primera acepción de la entrada "yesca" en su Diccionario de la Lengua Española, que la misma es "materia muy seca, comúnmente de trapo quemado, cardo u hongos secos, y preparada de suerte que cualquier chispa prenda en ella". Efectivamente, el tener a mano tal sustancia aseguraba, cuando las personas tenían que preocuparse por cómo encender y mantener vivo el fuego, una forma rápida y bastante efectiva de acceder a tan importante recurso. En la obra de Julio Verne, por ejemplo, se encuentran abundantes referencias de cómo en variopintas situaciones el disponer de yesca simplifica el trámite de encender un buen fuego, bien para cocinar, dar luz y calor o para mantener a raya a visitantes indeseados durante la noche.

Pero hoy utilizaré este término no en su significado literal, sino en el figurado. Les hablaré de la yesca que prende rápidamente las pasiones, las emociones y hasta los hechos, y que tiene la capacidad de dar al traste, en muy poco tiempo, con cualquier suerte de civilización previa, en el sentido más amplio posible. Pasó antes muchas veces, en la Historia, y todavía no estamos libres de tal fenómeno. Y es que el equilibrio siempre es más frágil que la debacle. Pura entropía.

Me centro en los actuales episodios de disturbios y protestas en los Estados Unidos, después del asesinato de una persona a manos de un policía, para ilustrar lo que les cuento. Pero tal lógica es aplicable en cualquier otro lugar y situación. Solo hace falta acumular suficiente yesca, que surja una chispa -a veces sutil, pero otras se producen verdaderas llamaradas- y esperar a ver el resultado de todo ello.

La yesca es la desigualdad. La cohabitación en un territorio de grupos con dramáticamente diferentes condiciones de vida. La yesca es la violencia, en todas sus facetas. Es cualquier "ismo", empezando por los que tienen su motivación en el color de la piel de uno, continuando por los que confrontan culturas y espiritualidades, y terminando por todo aquello que alguien pueda y quiera utilizar para intentar categorizar a los individuos, etiquetándolos con el fin de vilipendiar, lastimar o incluso exterminar. Es igual el parámetro. Todo vale si se utiliza con ánimo de destruir. Ya saben, un día fueron a por los judíos, otro laceraron los derechos de las mujeres...

Esa yesca solamente necesita una chispa, generalmente muy pequeña. Y las chispas, en contextos emponzoñados por una ignorancia y un desconocimiento del otro que generan miedo, que a su vez se convierte en odio, son abundantes. No hace falta buscar mucho. Y es que en todos las profesiones, en todos los registros, existe alguien suficientemente ofuscado como para proyectar en el otro su frustración en forma de violencia. Esa es una buena chispa, que lo puede hacer arder todo. Puede ser, por ejemplo, un policía que en vez de cumplir con su deber se empeña en torturar a un ser humano, ahogándolo.

Pero, a partir de ahí, lo que menos cuenta es el incidente aislado. La hoguera ya está servida, porque la yesca, queridos lectores, es tremendamente inflamable. Arde ya, sin control y mientras dure. Y esto es lo que recoge ahora la actualidad que nos viene al otro lado del charco. El episodio de racismo, de patología social o psíquica de un individuo -los tribunales y los peritos lo dirimirán- no es ahora lo más importante, por grave y execrable que haya sido. El problema es que, una vez más, la chispa ha prendido en una sociedad un tanto rota, donde las estadísticas en

todo lo referente a oportunidades, riqueza y bienestar están exageradamente lastradas hacia una de las caras de tal grupo humano. Y, así las cosas, todo arde y arderá. El ambiente era y sigue siendo demasiado inflamable para una convivencia en paz.

Las chispas no se pueden prever ni, en general, eliminar absolutamente y con garantías. Siempre habrá alguien -y no sé por qué, en tal competitivo y cruel modelo social, más- con ganas de hacer pagar al otro su propio calvario personal. Siempre habrá un descerebrado. O un enfermo. Pero donde se puede actuar, y mucho, es en la disponibilidad de yesca. Así, un brote individual de racismo en una sociedad sana puede producir desgracias, pero se extingue por sí mismo. No prende en leña verde. Pero cuando tal sociedad está rota, edificada sobre unos niveles de desigualdad enormes y con graves carencias sociales, un único brote puede ser letal. Y ahí sí que se puede actuar, a medio y largo plazo. Se puede mejorar la sociedad. Pero, para ello, lo primero es tener voluntad de hacerlo. En el ámbito privado hay loables iniciativas que hace muchas décadas que trabajan para conseguir una mejor cohesión social y un mejor clima en los Estados Unidos. Pero no basta. Y la actual tendencia dominante allí en la política y en el Gobierno digamos que... no ayuda.

Que una finca esté a monte es el mejor modo de que arda como la yesca, durante un seco verano, por los cuatro costados. Una sociedad a monte, sin un liderazgo desde lo de todos -lo público- para prevenir factores de agravamiento del clima social y, en especial, la implacable e impenitente desigualdad imperante en el mundo líquido del siglo XXI, es pura yesca. ¿Nos va a extrañar que termine siendo desintegrada por el fuego?