Tras esta crisis sanitaria por la que estamos atravesando, miles de ciudadanos han sido arrasados por la muerte, bastantes más por la enfermedad y, casi todos, por la desgracia económica que -de un modo u otro y como si de un efecto dominó se tratase-, nos está sacudiendo a la mayoría.

Pasear por las calles de mi ciudad me recuerda a sensaciones que, cuando se podía viajar, me transmitían urbes propias de países en vías de desarrollo. Miles de negocios con las persianas bajadas y otros tanto con ellas abiertas y sin clientela, dibujan un panorama en el que hasta el más pintado está teniendo que reinventarse vendiendo mascarillas, pantallas, señalizaciones, guantes o geles.

Los pobres son ahora más pobres y, por consiguiente, los ricos se debilitan al depender absolutamente de una clase media que mira con recelo sus ahorros y trata de no gastar más de lo debido por lo que pueda venir; sin darse cuenta de que lo que viene no es nunca lo que uno espera y, ni tan siquiera, lo que más teme. El país se desangra entre dimes y diretes, pensamientos tremendistas y un futuro por el que nadie se atreve a apostar.

Pero la gente sigue siendo gente y lo será por y para siempre, por ello, una vez que nos acostumbremos a este fantasma que se ha empeñado en rondarnos, la vida volverá a ser vida porque nosotros lo habremos querido así. Volveremos a atrevernos a soñar, a ilusionarnos y a planificar. Volveremos a celebrar, a juntarnos, a abrazarnos y a tocarnos? Y no nos importará lo que suceda en un futuro porque ya conoceremos la cara del demonio y, por tanto, sabremos cómo defendernos si las cosas llegan a torcerse.

Mientras tanto, tratemos de prevenir, cuidemos nuestro planeta e invirtamos en sanidad y en investigación. Esas dos hermanas que no se conciben la una sin la otra. Porque el médico no puede curar si el científico no inventa el medicamento. Aprendamos algo de este horror y tratemos de alejar en el tiempo otras futuras pandemias.

Lo único importante ahora es aprender de lo vivido, respetar las normas y recuperar la economía de este país malherido. Para ello, es clave que aquellos que tienen dinero lo gasten en productos españoles. Cerremos nuestras fronteras mentales y morales a lo extranjero para consumir aquí de aquí. Si deseamos levantar España, lo primero que es de obligado cumplimiento es consumir lo nuestro. Hagámoslo los unos por los otros. Se trata más de una cuestión de responsabilidad que de una elección. La responsabilidad de ayudarnos a nosotros mismos ayudando a nuestros maltrechos vecinos. No nos queda otra.