La palabra descaro significa, según el Diccionario de la RAE, "desvergüenza, atrevimiento, insolencia, falta de respeto". Pues bien, si calificamos "descaro" con el adjetivo "democrático", y se lo aplicamos al ministro Marlaska, lo que estamos diciendo es que su conducta de mentir en el Congreso de los Diputados sobre la causa del cese del Coronel Diego Pérez de los Cobos es una desvergonzada, atrevida, insolente y totalmente falta del respeto debido al pueblo español. Y es que, como dice el inciso primero del apartado 1 del artículo 66 de nuestra Constitución, "las Cortes Generales representan al pueblo español".

Habrá muchos ciudadanos a los que, por las razones que sean, no les importa que un ministro del Gobierno mienta flagrantemente en el Parlamento, diciendo que el cese del citado Coronel fue por "pérdida de confianza" y que no tuvo nada que ver con el hecho de "no informar del desarrollo de las investigaciones y actuaciones de la Guardia Civil en el marco operativo y de Policía Judicial, con fines de conocimiento" sobre la macha del 8 de marzo. Allá esos ciudadanos y el punto en el que sitúan su nivel de respetabilidad. Pero personalmente pienso que ya está bien, que hemos llegado a un punto de quebrantamiento de las reglas democráticas que, a mí al menos, me resulta intolerable.

Ayer hizo dos años desde que se votó la moción de censura contra Rajoy que llevó a Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno de España. Recuerdo perfectamente que una de las tareas que entonces se marcó el actual presidente fue la regeneración democrática. Si "regenerar" en este contexto significaba propugnar que alguien abandonase una conducta democráticamente reprobable y sustituirla por otra políticamente correcta, es obvio que no corregir la incuestionable falta de respeto al pueblo español del ministro Marlaska es una muestra más de la política de mentiras y del todo vale en la que está instalado el actual Gobierno.

Ser absolutamente insensible a cualquier acción deplorable que realice la izquierda, por muy antidemocrática que sea tal acción, es una anomalía que puede obedecer al odio y la rencor que algunos sienten frente a la derecha. Es una pena que todavía estemos en estas. Y es que, como dijo alguien, la ira (y lo mismo se pude decir del odio) es el veneno que se toma uno creyendo que va a morir el odiado.

Las cosas hay que juzgarlas en sí mismas y por lo que son, no en función de si quien las hizo era de los míos o no. Es lo que resumió perfectamente Antonio Machado encabezando su Juan de Mairena: "La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. AGAMENÓN. Conforme. EL PORQUERO. No me convence".

Yo soy de los que estoy conforme, como Agamenón, en que la verdad es la verdad con independencia de quién la diga y, por tanto, discrepo -y me permito añadir que radicalmente- de su porquero. En este caso, me importa mucho que el ministro Marlaska mintiera con desvergüenza y descaro a los españoles al negar en sede parlamentaria que hubiera pedido esos informes al Coronel De los Cobos. Que se disculpe su acción diciendo que otros también mintieron es lo que convencería al porquero de Agamenón. Pero no a éste y a Antonio Machado.