Recuerdo haber pasado por Aguilar de Campoo (Palencia) y oler a galletas. Es un ejemplo chusco de la identificación entre una población con su actividad característica. Si oigo citar Venta de Baños, Alcázar de San Juan o Monforte de Lemos inmediatamente lo uno a nudos ferroviarios. Pero hoy hablo de estos enclaves con cierta congoja porque he de dar el pésame a toda la gran familia ferroviaria -iba a poner a la Renfe, pero prefiero la expresión más humana- por el trágico accidente del Alvia Ferrol-Madrid del pasado martes en las cercanías de Zamora. Mi pésame es sobre todo por el joven maquinista, uno de aquella promoción de apenas 20 muchachos, en su mayoría hijos de empleados de la Renfe, recién instalado en tierras coruñesas. Aunque las víctimas, de momento, son escasas para lo que podría haber ocurrido, y la actuación de los socorros fue inmediata, según tengo entendido, también me llega que transcurrieron de 15 a 20 minutos entre la caída del todoterreno desde el puentecillo sobre las vías y la llegada del tren. Además me informan de que cerca había un retén de obreros trabajando por allí. Y todo a plena luz del día. ¿Cómo no pudo avisarse a los maquinistas del Alvia del obstáculo que iban a encontrar sobre los raíles? Vaya de momento mi pésame mientras esperamos saber más.