Les saludo una vez más. ¿Saben? Estos días de lluvia y, a la vez, de luz y cierta temperatura al sol, me han traído recuerdos de Centroamérica. Más que recuerdos, sensaciones. Y, sobre todas ellas, la del olor a tierra después de la lluvia que cae indefectiblemente allí sobre las dos de la tarde, después de una mañana de intensa evaporación, y que daba paso en pocos minutos a un cielo nuevamente despejado. Sensaciones indelebles, basadas en nuestras personales e intransferibles trayectorias, sobre las que todos nosotros estamos construidos. Sobre esa memoria inconsciente que nos retrotrae a experiencias pasadas, y que nos causa diversos estados de ánimo, en función de lo vivido.

No he vuelto a Centroamérica desde hace tiempo, y una parte de mí lo desea con rotundidad. Por otra parte, me da miedo la inseguridad que se vive en muchos de los lugares de esa parte del continente americano, que condiciona mucho la vida, y más la de un extranjero dedicado a lo social y la reflexión en torno a lo público. Pero, al tiempo, echo de menos su vida lenta, la intensidad de sus colores, sus sabores y sus olores, y unas relaciones humanas si cabe un poco más basadas en lo coral y colectivo, y no tanto en el aplastante individualismo que rige por estos mundos de por aquí. Sí, echo de menos Guatemala y otros lugares del globo, con condiciones de vida mucho más difíciles, pero también repletas de alegría, luz y solidaridad.

Pensaba ahora en las sensaciones, y en cómo condicionan nuestros comportamientos, justo antes de enfrentarme a la escritura de estas líneas. Y, fíjense, en algún lugar de mi cabeza esto se cruzó con otros ingredientes que por allí se procesaban. Con todo, recalé en el tema de la gestión de lo emocional a partir de lo previamente percibido, un ámbito que es parte inherente de la vida, pero que tiene su cara b, y que a veces se usa con fines ciertamente utilitaristas, sobre todo desde mundos asociados al consumo y su promoción.

En tal tesitura tenía pendiente hacerles un par de comentarios sobre lo agresivo del abordaje promocional del mundo del juego. Ha coincidido que un par de estos últimos días he visto televisión a una hora ya tardía, y he vuelto a fijarme en la gran cantidad de machaconas propuestas, dirigidas a un perfil muy concreto, con la que se intenta posicionar un producto en realidad vacío. Ya hemos hablado muchas veces más sobre el mundo del juego, el peligro de la ludopatía -de la que es difícil salir sin ayuda profesional especializada-, y la escasa propuesta de valor de un consumo que se aproxima mucho al mundo de las sensaciones de la persona, y que utiliza tal palanca para -tantas veces- terminar destruyéndola desde diferentes puntos de vista. Porque jugar habitualmente, y más apostar, solamente lastima, vacía los bolsillos y vuelve vulnerable a quien lo practica.

Pero somos emoción al tiempo que racionalidad, sí. Y así como eso lo utilizan los anunciantes de automóviles u otros bienes de consumo, tratando de transmitirte experiencias en vez de promocionar su producto, también el mundo del juego cambia su realidad por las sensaciones asociadas al humo que intenta vendernos -la banca siempre gana-, y parece que lo consigue a tenor de su avance en nuestro país. Todo ello con la mercenaria connivencia de personajes públicos que, por dinero, parecen no entender que el debilitamiento individual y social que produce el juego puede causar un daño irreparable a una sociedad ya tocada y no demasiado fuerte.

Ya ven, terminó mezclándose la lluvia, el olor a tierra y otras sensaciones de estos últimos coletazos de la primavera con mi preocupada visión sobre el devenir de algunas de las cuestiones que no abordamos con decisión en este grupo humano que convive entre los Pirineos y la "Raia". Soy de los que piensan que hay muchos otros temas importantes y urgentes sobre los que poner el foco y que, sin embargo, permanecen en el limbo de no se sabe qué. Se dice que ahora el Ministerio de Consumo va a trabajar en profundidad en limitar el impacto dañino de un mayor nivel de juego y, en particular, de juego juvenil. Ojalá sea así. Pero ya saben que tengo la extraña costumbre de no opinar sobre futuribles. Prefiero hechos concretos, después de todos los filtros, todas las presiones y todas las ententes y alianzas que haya que construir, supeditadas a quién sabe qué otros temas sobre la mesa. Pero sí, ojalá que las sensaciones de nuestra juventud las edifiquemos sobre el olor de la lluvia, el calor del sol o la mera libertad, y no sobre la liberación de adrenalina y la serotonina asociadas a un efímero juego de apuestas donde, a la postre, siempre se pierde, aquí y en todas las partes del mundo. Y mucho más, por supuesto, que dinero.