24 de junio. San Xoán. Felicidades a todos los que se llamen Xoan, Xoana, Juan o Juana y, también, a todos ustedes. Porque hoy amanece un día festivo que tiene mucho que ver con lo ancestral, lo telúrico y lo apegado a tradiciones ligadas al fuego y a la cultura popular. Son días cercanos al solsticio, acontecido el pasado día 20, y todo lo que tiene que ver con estas fechas huele a verano, a celebración de la dicha de haber superado otro invierno, a optimismo y a esperanza.

La idea de invierno, además, en esta edición supera a lo meramente estacional. Porque, en estos días complejos, el verano ha representado una puerta a la posibilidad de una mejora cualitativa y cuantitativa en el panorama dejado por la pandemia del Covid-19. Así ha sido, y hoy respiramos más tranquilos que en aquellos días de marzo, o en las difíciles semanas de abril. Pero no se engañen, todo depende de nuestra responsabilidad individual y colectiva, como hemos mantenido aquí ya desde finales de febrero o en los primeros días de marzo, cuando parecía que nada nos iba a afectar y donde los mensajes que se enviaban a la sociedad no se correspondieron con lo que vino después. Tengan cuidado, ¡por Dios! Me va la vida en ello.

Apelo, ya ven, a la responsabilidad colectiva. El papel de la individual es evidente, pero en una sociedad organizada es también crítico que los grupos humanos encargados de cada uno de los ámbitos de la convivencia y, en particular, de la lucha contra la pandemia, funcionen. Y, debido a la naturaleza del problema que ahora nos ocupa, el ámbito sanitario es crítico en la actuación contra la misma y en la preservación de la vida humana. No es el único, claro, ni siquiera desde el punto de vista científico, ya que la epidemiología -como hemos hablado aquí tantas veces- presenta aristas y puntos de vista muy alejados del abordaje meramente clínico. Y es que son muchas las disciplinas que aportan conocimiento y capacidades a la lógica de actuación en trances como este.

Pero sí, los sanitarios son la piedra angular sobre la que descansa nuestra salud. Y su trabajo, como el de todos, ha de ser reconocido y valorado, más allá de gestos concretos u ocurrencias que pueden estar bien en momentos puntuales como complemento o como guiño, pero nada más. Y no cabe duda de que, para reconocer el trabajo de cualquiera, unas condiciones dignas de trabajo son un buen punto de partida. Es por eso que me extrañó mucho la noticia del cheque de 250 euros para sanitarios y personal de residencias que la Xunta de Galicia planteó, a modo de reconocimiento, superado el difícil momento de la primera oleada de la enfermedad causada por el SARS-CoV-2. Realmente, tuve que frotarme los ojos cuando leía sobre el particular. Porque, ¿saben qué fue lo que pensé? Pues me dije: "¿A quién se le habrá ocurrido semejante disparate?"

La inmediatamente posterior reacción de entidades de peso en tal temática, tales como los colegios de las diferentes familias profesionales englobadas en la categoría sanitaria, no me extrañó. Y es que, si no estuviésemos en un contexto verdaderamente crítico, podría sonar a chiste la salida de tono de la administración autonómica al respecto. El gasto de cinco millones de euros para abordar un pírrico gasto individual de 250 euros en restaurantes y hoteles ni aporta valor, ni reconoce al profesional ni solventa los graves retos que hoy tiene la sanidad pública. Es un pim, pam, pum de fuegos de artificio que únicamente podría cumplir el objetivo de servir, no cabe duda, para incentivar un consumo en sectores depauperados -como la hostelería-, pero que entonces no debería ser presentado como reconocimiento a otro colectivo diferente, ni estar focalizado en el mismo. Es otra cosa, manifiestamente diferente.

La sanidad pública, como la educación pública, ha de ser tratada desde otro paradigma, basado en la búsqueda real de la excelencia, en una visión estratégica mucho más amplia que la actual, y -por supuesto- desde un consenso social mucho más elaborado que el que otorga una mayoría política en un momento dado. Toda la sociedad, con las cuentas encima de la mesa, debería participar en la adopción de un planteamiento estratégico que esté muy por encima de la política del día a día. Sé que esto no es fácil, porque las estrategias de los partidos están, en general, muy por encima del bien común en estos días revueltos. Hace falta sosiego, buen hacer, capacidad, generosidad y mucha voluntad. Por parte de todos.

Y de tales mimbres también surge, aunque pueda parecer que no, la lógica de cómo, por qué, cuándo y para qué se contrata a la gente, cuáles son las condiciones de trabajo y una visión integral de la misión y la estrategia que destierre definitivamente prácticas de contratación -por ejemplo- en las que la Administración nunca debiera caer, y que lastiman especialmente a los profesionales sanitarios. Porque es lo público, paradójicamente, quien en peores prácticas laborales incurre, que luego persigue en el sector privado, mientras mira para otro lado cuando se producen en su propio ámbito de competencia y gestión.

Por eso es normal que sanitarios y otros colectivos pidan estabilidad, medios y un reconocimiento basado en unas condiciones de trabajo dignas, y no dádivas, cheques-regalo, tarjetas-monedero, propinas o el resultado -por muy bienintencionado que sea- de una ocurrencia, cuando menos, naïf.