La reacción al asesinato de un ciudadano de raza negra por un policía de Minneapolis (USA) ha tomado una deriva que ya se nos escapa. No solo por su extensión territorial en ciudades norteamericanas y localidades de otros países y continentes, sino también por la ramificación que la lucha contra el racismo abarca a todo lo que pueda tener tufo de opresión y dominio de unos sobre otros. Y así asistimos a multitudes que derriban esculturas de comerciantes esclavistas, pero también de misioneros, marinos o simples descubridores de otros mundos o atentan contra políticos como el del busto de Churchill. Leo con estupefacción que una diputada catalana, de un grupo político afín al de la alcaldesa del Ayuntamiento barcelonés propone retirar la escultura de Colón que enseñorea un lugar emblemático del puerto de Barcelona. Y es que hay mucho palurdo e indocumentado, solos o en pandilla, capaces de todas las idioteces y tropelías del mundo. Todavía me pregunto, sin encontrar respuesta, por qué atentar contra una estatua de Indro Montanelli, insigne periodista y escritor italiano, como realizaron unos bárbaros -unos indocumentados- en Milán. Aquí, en nuestro país, se lo preguntaba alguien en un diario nacional si la estupidez llegaría a proponer derribar el acueducto de Segovia porque había sido levantado con el sudor de los esclavos que allí tuvieron que doblar el espinazo.