Si en las sucursales autonómicas los podemistas la emprenden a brochazos con las esculturas al aire libre, tal que en Palma de Mallorca con la efigie del franciscano Junípero Serra, el único español de la historia con presencia en el Salón Nacional de las Estatuas, en el Capitolio, a nivel estatal la orden del pastor Iglesias a su grey digital es la de hacer añicos la porcelana china más valiosa y añeja del PSOE. Empezando por el jarrón de la gloriosa dinastía González, desde el momento en que Felipe, levantisco, osó cuestionar la conveniencia del acuerdo de gobierno compartido por socialistas y amoratados.

El virrey de las Nuevas Españas se las gasta así: si el legendario expresidente del Gobierno de los fastos del 92 levanta la voz, se le amenaza con una comisión de investigación sobre los GAL a ver si -a la vejez, viruelas- se despeja de una vez la incógnita de la X del terrorismo de Estado. Tal es la propuesta de instaurar un estado del terror al modo de la primavera francesa de 1794: al cadalso con la libertad de expresión. Solo le falta a este país un Comité de Salvación Pública atestado de jacobinos al mando de Unidas Podemos, Bildu, PNV, ERC, JxCat, BNG y la CUP. Es como poner a la zorra al cuidado del gallinero, o al lobo a ahumar queso de Gamonéu en las talameras de una majada donde hacen rebaño decenas de ovejas.

Si desempolvan los libros de historia universal contemporánea, no anda tan lejos Iglesias de Robespierre cuando aboga por un impuesto sobre las fortunas y la creación del calendario republicano. Puede que el vicepresidente segundo empiece a barruntar que le sobreviene su 9 de Termidor y se lo lleve por delante una conjura de girondinos, con la vieja guardia socialista a la cabeza de la revuelta.