Les saludo en esta nueva jornada del mes de julio. Elecciones a la vista, que atraen casi todas las miradas en lo mediático, y nuevos episodios relacionados con la terrible realidad de la Covid-19, que ha cercenado vidas a nuestro alrededor y que, en estos días, sigue con su progresión creciente en el mundo entero. Ojalá se obtenga lo antes posible un medicamento específico contra esta patología, así como una vacuna eficaz, segura y que confiera tal umbral de inmunidad que permita afrontar un futuro con garantías, a nivel global.

Pero, mientras tanto, hay que aguantar el tirón. Hay que, con medidas de contención y confinamiento, tratar de que se infecte el menor número de personas posible. ¿Por qué? Porque los mecanismos de infectabilidad y de agravamiento de la enfermedad aún son, a día de hoy, bastante desconocidos y hasta sorprendentes. En las más importantes publicaciones científicas empiezan a aparecer trabajos que, algún día, permitirán tener una fotografía bastante precisa de todos los detalles relacionados con el SARS-CoV-2. Pero todavía no estamos en ese punto, y aún falta tiempo para ello. Por eso todo hay que tomarlo con pinzas, dentro del esquema habitual seguido por los investigadores, y que es conocido universalmente desde antaño como método científico. Un camino que empieza con la observación de la realidad, el planteamiento de hipótesis a partir de tal ejercicio, el diseño de diferentes experimentos que permitan validar o rebatir dichas hipótesis y, por último, el tratar de formular teorías coherentes y compactas a partir de las hipótesis validadas. Una verdad que, por definición, siempre está sujeta a una posterior ampliación de la teoría o a la aparición de nuevos hechos experimentales que lleven a la reformulación del paradigma.

Como digo, estamos en los primeros momentos de todo ello. En la explotación de miles de datos dimanados de la praxis investigadora y clínica, en la que tienen en cuenta las experiencias a partir de cada caso concreto. De los que han ido bien y de los que no. Un caudal de conocimiento que los diferentes equipos investigadores utilizarán para enfocar sus propios planteamientos y que, a su vez, serán realimentados con sus conclusiones. Pero sí, hace falta tiempo para avanzar. Por eso, repito, ahora hay que intentar enfriar la cosa con métodos mucho más rudimentarios que un antiviral de última generación. ¿Cómo? Pues quedándonos en casa más que en otras ocasiones, y siendo incluso redundantes en las medidas de protección cuando uno tome la decisión de salir o, simplemente, tenga que hacerlo por obligación.

Es aquí donde me hago la pregunta con la que titulo este texto, en el sentido de si es esta una sociedad fallida. ¿Por qué lo digo? Porque en la misma es evidente que lo individual está exacerbado hasta el infinito, pero lo social, lo que tiene que ver con los intereses de todos, lo que implica cuidar a los demás, lo que está relacionado con el bien común, está fallando. Solamente así se entienden los comportamientos que todos estamos viendo estos días en las calles. Personas que se cruzan contigo sin ningún tipo de protección, y aún encima se te quedan mirando como a un bicho raro cuando tratas de protegerles y protegerte con mascarilla y, a veces, pantalla, u hordas de personas que se relacionan de forma no conveniente desde la óptica de la Covid-19, para las que pareciese que esto no va con ellas. Comportamientos incívicos y peligrosos que nos ponen en enorme riesgo a todos.

Falta engrudo social en nuestras relaciones de hoy. Falta empatía. Y falta un planteamiento colectivo que entienda que el límite del yo ha de estar supeditado, para que esto funcione, al bienestar del conjunto. Y solamente así se pueden entender otras barbaridades -como las auténticas burradas y abusos en la carretera, de los que hablamos a veces, donde las señales parece que son invisibles para una buena parte de la nómina de los conductores- o la falta de apego a las normas dictadas en relación con este tiempo de pandemia que, por cierto, parece que sale gratis.

No nos engañemos. La posibilidad de que haya rebrotes más o menos graves depende de nosotros. Solamente de nosotros. Si introducimos cortafuegos en nuestras interacciones, podrán darse contagios aislados, pero nunca brotes masivos. Si somos prudentes, cualquier incidencia quedará minimizada. Y si no tenemos cuidado, esto puede derivar en una verdadera debacle, con indispensables nuevos períodos de confinamiento total y, lo que es peor, muchas personas afectadas.

Se nos han muerto unos cuantos miles de conciudadanos. Dicho así, en número, se puede intentar mirar para otro lado como si no pasase nada. Pero no se olviden que todas esas personas tenían nombre y cara, un proyecto de vida y había quien les quería, y que hoy les echa de menos de una forma lacerante. Que no se repita, por favor. Y esto, a día de hoy, solo se puede contener desde la responsabilidad individual, buscando el bien colectivo. Lo contrario, el no ser consciente de ello, el lastimarme cuando paso a tu lado protegido y tú no estás haciéndolo bien, es signo y síntoma de que la nuestra es, sobre todo, una sociedad fallida.