El que juega Feijóo en las elecciones del domingo es uno de esos partidos que apenas cotizan en la quiniela, por lo facilón del resultado. Todas las encuestas conceden al presidente gallego en ejercicio un triunfo por goleada en la votación. Será, de confirmarse, la cuarta vez que se alce con el título, igualando así la colección de ligas del legendario Don Manuel I.

Si algo relativamente novedoso hay esta vez es el carácter personal con el que Feijóo concurre a los comicios. Las siglas del partido al que pertenece han ido menguando hasta reducirse a un tamaño microscópico que hace difícil saber qué grupo respalda al candidato. Corren rumores de que se trata del Partido Popular, pero en Madrid no están muy seguros y en Santiago dicen que depende. Depende de qué PP se esté hablando: si el que se arrima a Vox en el Congreso o el del Feijóo que mantiene fluidas relaciones con el también centrista Iñigo Urkullu.

Será por eso por lo que al aspirante del PP a la Presidencia de Galicia lo reputan de nacionalista y hasta de "independentista" algunos de los más extremados representantes de la derecha que no temen caer en el desvarío. Igual han llegado a la conclusión de que Feijóo, un conservador de libro según los cánones europeos, se presenta en realidad como marca blanca del Bloque o tapado del PSOE.

Quizá hayan querido decir independiente donde decían independentista. Feijóo se enfrenta a tres o cuatro listas de izquierda y a otras dos de derecha, lo que ya de por sí resulta tarea de ardua ejecución. Lo notable es que, además, parece haber prescindido también del respaldo que pudiera darle su propio partido, a juzgar por lo poco o nada que lo nombra en su cartelería de campaña. Da la impresión de ir por su cuenta, aunque se trate de una idea engañosa, como es natural.

Uno de sus paladines ha aclarado, muy razonablemente, que a estas alturas de la jugada nadie ignora que el candidato milita en el Partido Popular. Siempre habrá algún despistado, pero a Feijóo lo conoce oficialmente un 99,6 por ciento de los gallegos, si hemos de creer a las indagaciones del CIS.

Otra justificación más adecuada es la mejorable fama que padece -como casi todos los demás- el partido por el que se presenta a las elecciones. Se diría que Feijóo no está cómodo con el tono abrupto y más bien descentrado del PP que tiene en Cayetana Álvarez a su portavoz en el Congreso. Es natural. Discursos que acaso suenen bien en ciertos barrios de Madrid suscitan, sin embargo, un inevitable repelús en provincias, que es como la gente antigua llama aún a los actuales reinos autónomos.

Ganar unas elecciones por mayoría absoluta es empeño de extraordinaria dificultad en un gallinero tan fragmentado como el de la actual política española. Para conseguir tal proeza resulta imprescindible picotear un poco en la clientela de todos los partidos. Es algo que ocurre a menudo en el ámbito espeso de los consistorios, donde los candidatos a alcalde con mayor tirón arrastran tras de sí a los electores de derecha, izquierda, centro y mediopensionistas.

Más o menos eso es lo que parece plantearse Feijóo a escala autonómica. Un candidato que tal vez no suscite grandes entusiasmos, pero tampoco rechazos de mayor cuantía sería el idóneo para arrastrar el voto de los suyos y parte de los de enfrente. Eso es lo que vienen a decir los sondeos, aunque todo esté aún por votar.