11 de julio, Día Internacional de la Población. Atípico verano, en el que algunos aún no hemos pisado la playa, quizá por miedo, quizá por prevención, o a lo mejor porque seguimos pensando en que podemos aguantar un poco más un perfil bajo de exposición al riesgo de contagios fuera de lo estrictamente necesario. Luego están los imperativos, claro. Hace un par de días volví al Instituto a dejar cosas y a despedirme, habida cuenta de que, en principio, no volveré a ese centro. Y mañana, sin ir más lejos, toca estar a las ocho de la mañana en una mesa electoral, por aquello de los sorteos, en una cita con las urnas controvertida, que no sé si tenía que producirse en este momento...

Sí, atípico verano en el que muchos oyen de la preocupante evolución de la pandemia en el mundo y... como quien oye llover, como si no fuese con ellos. Pero se trata de un momento duro para la humanidad, ya que toda esta situación se superpone con problemas crónicos y previos, que marcan unas verdaderamente difíciles condiciones para muchas personas en el mundo. Hace unos días, sin ir más lejos, un amigo que trabaja en algún lugar del mundo que conocí hace tiempo me decía algo así como que el coronavirus no representa ni el primer, ni el segundo ni el tercer problema en un contexto donde la esperanza de vida no alcanza los cincuenta años de edad, y donde el hambre y la inexistencia de agua potable condicionan mucho más las oportunidades de las personas. Si a eso sumamos las difíciles condiciones de vida en lo tocante a la preservación de los derechos más elementales, especialmente para las mujeres, la situación aún es más compleja. Violaciones, asesinatos, mutilaciones, trata de seres humanos, trata de órganos... ¿seguimos? No, si la mera cuestión de vivir es harto difícil allí...

En tal contexto, hoy es la jornada en que la comunidad internacional se fija, en términos cualitativos y cuantitativos, en la población de la Tierra. Se dice que hoy poblamos el planeta unos 7.684 millones de personas, y que para 2030 -diez añitos solo, y ya saben lo rápido que pasan- serían -seríamos, si nada se tuerce- en torno a 8.600 millones. Y, en tal contexto de cifras astronómicas, la pregunta es si somos o no demasiados. Seguramente sí, en aras de la sostenibilidad del conjunto. Pero, claro, tal inadecuación de número de personas en el planeta solamente puede ser corregida en una visión a largo plazo, controlando la evolución de la población, vía modulación de la reproducción, en determinadas regiones del globo. Cualquier otro planteamiento sería horroroso, y se toparía con lógicas y justificadísimas barreras morales. Aunque haya alguno que, en la Historia, lo ha querido poner en práctica, arrimando por supuesto el ascua a su sardina.

Tomen nota, China e India son los principales reservorios poblacionales en el mundo, atesorando conjuntamente el 37% de la población mundial. Pero, si las cosas siguen como hasta ahora, India superará a China en los próximos años, en los que también se producirá un importante repunte relativo en algunos de los países más empobrecidos. Recursos y personas marcarán así una mayor tendencia a crecer por separado, lo que se notará en indicadores tales como la renta per cápita, tan distinta en los diferentes territorios y estratos socioeconómicos dentro de ellos. Y eso, la desigualdad, significa siempre más problemas.

Al tiempo, habrá una desaceleración aún mayor en países con índices de natalidad ya muy bajos. Y eso, de lo que nosotros sabemos mucho en esta tierra de tasas negativas de crecimiento y pirámides poblacionales invertidas, es también un problema. ¿Por qué? Porque es la mejor manera de desestructurar social y económicamente una sociedad. Si cerramos el grifo de los nacimientos, teniendo en cuenta que el envejecimiento de la población se produce rápido, y que en veinte o treinta años la escalada de dicha acción se traslada a la pirámide poblacional a veces de forma bastante compleja de corregir, un grupo humano puede casi dejar de ser viable en un futuro. Galicia, y sobre todo la Galicia interior, presenta este gravísimo problema, sin que hayamos sido capaces de ponernos de acuerdo para hablar de él de forma seria, para paliarlo y para, a medio plazo, corregirlo de alguna manera. Problemas, pues. Problemas.

Pues estos son los mimbres que me vienen a la cabeza escribiendo estas pocas líneas sobre población en estos tiempos convulsos del siglo XXI. Ya me dirán qué les parece, pero lo cierto es que podríamos resumir en que crece mucho el número de personas donde menos hay para repartir, se blindan los territorios donde se atesora riqueza cada vez en manos de un menor y más envejecido grupo de personas y, mientras, la visión global es que lo que hay difícilmente alcanza para abastecer, de forma sostenible y sin envenenar el planeta, a todos los seres humanos. Y por encima de todo ello -y esto se nota en crisis globales, como en la gestión de la pandemia del SARS-CoV-2- faltan mecanismos globales de actuación verdaderamente operativos, que puedan asegurar un buen rumbo, y no una mera deriva según las veleidades del grupo dirigente en cada Estado.

Pufff... creo que me voy a meter un rato debajo de la cama. Y es que los retos son muchos y los aires que se respiran (con mascarilla) no ayudan a dilucidar respuestas verdaderamente ilusionantes rumbo a la esperanza. Hala, feliz Día Mundial de la Población. Yo off, al menos hasta las 8:00 del domingo.