Galicia acude hoy a las urnas para elegir a sus representantes en el Parlamento autonómico y, consecuentemente, a quien quiere que le gobierne en los próximos cuatro años. Está en juego la cuarta mayoría absoluta del popular Feijóo, que coinciden en pronosticar los sondeos publicados, o un cambio propiciado por la suma de las fuerzas de izquierda y nacionalistas, que parece resistirse. Pero más allá de los augurios, la última palabra la tienen hoy los gallegos con su voto. Es el momento decisivo, la hora de acertar por el bien de Galicia.

Cada papeleta vale más que nunca, en especial ante la incertidumbre de cómo pueda repercutir finalmente en la participación una campaña atípica, irremediablemente mediatizada por el coronavirus. La salud es lo prioritario, pero al próximo Ejecutivo le queda por delante un esfuerzo desmesurado para salir de la profunda recesión a la que ha arrastrado la pandemia, un drama que se superpone a los problemas ya específicos de la comunidad. Por todo ello y porque la fortaleza de la democracia se adquiere mediante el ejercicio, pocas ocasiones hay como las de este domingo para que la sociedad gallega practique masivamente el primero de sus derechos: acudir a las urnas para decidir su destino político inmediato. Con prudencia, por las circunstancias en que vivimos, pero con plena confianza en las medidas que las autoridades sanitarias han establecido para garantizar al máximo la seguridad en los colegios.

¿Hacia dónde quiere ir Galicia? ¿Qué visión, qué modelo de comunidad pretendemos construir en conjunto? ¿Cómo hacer frente a las demoledoras consecuencias sociales y económicas del coronavirus? Lo que vivimos hasta la jornada de hoy debería haber servido para aclararlo. Además de los problemas pendientes de nuestro territorio, estos comicios comparten una condición especial por los enormes desafíos que habrá de afrontar el gobierno que obtenga el beneplácito de los gallegos como consecuencia de la pandemia.

La recesión está ocasionando severas cicatrices en términos de paro, desigualdad, déficit y deuda, y nadie duda de que será todavía más profunda. El cataclismo económico sin precedentes que afecta a todo el país exige reformas intensas y efectivas para atajar la parálisis. También en Galicia. El objetivo ha de ser que dure lo menos posible pero solo un crecimiento estable mitigará los daños. Y este surgirá también de la competencia de los gestores y de los diputados electos, de su capacidad para incentivar la prosperidad uniéndose en torno a los objetivos comunes.

Los ciudadanos quieren soluciones duraderas a los principales problemas que les afectan. La obligación de sus representantes es procurarlas cuanto antes. Los gallegos han dejado claro en la última encuesta de LA OPINIÓN A CORUÑA cuáles son sus mayores preocupaciones. El paro, la primera, muy por encima de cualquier otra. El 32,1% así lo refleja. Si a la incertidumbre por el empleo se une la marcha de la economía y el futuro de la industria, entonces el porcentaje crece hasta casi la mitad de la población. La atención sanitaria, las pensiones y la educación conforman el segundo bloque de preocupaciones aunque a mayor distancia.

Es cierto que vivimos una crisis global, de dimensión planetaria, pero las medidas para hacerle frente no han de venir solo, que también, de la Administración central o de Europa. Galicia tiene sus competencias y por tanto sus responsabilidades propias. En el futuro solo encaja una región que apueste decididamente por la inversión privada, suprimiendo cuantas trabas y obstáculos frenen a los emprendedores, que propicie un cambio de mentalidad y transforme en ambición la desesperanza de tiempos de pandemia, que crea de verdad en la innovación y la investigación, avanzada tecnológicamente, que preserve un potente entramado industrial, conservando lo más competitivo del tejido antiguo y mimando los brotes verdes, y que genere la riqueza suficiente para permitir el ascenso social de los ciudadanos y el mantenimiento del generoso Estado del Bienestar existente.

Los gallegos decidirán hoy si avalan para este fin una cuarta mayoría absoluta de Feijóo o propician la entrada de un gobierno de coalición de izquierda y nacionalista. Sea cual sea su elección, lo que Galicia necesita es un gobierno fuerte y capacitado para hacer frente a la magnitud del desafío con garantías de estabilidad durante toda la legislatura. Lo que no cabe es entretenerse en enredos que resten energía para encontrar la puerta de salida a la crisis.

Los comicios de este 12 de julio son también los primeros en España, junto con los del País Vasco, tras la aparición del coronavirus, lo que los convierte, aun con sus especificidades, en el primer termómetro de la nueva realidad. Así que además de examinar la labor de la Xunta, incluida su gestión de la pandemia, la tarea de la oposición y los planes de las respectivas fuerzas políticas para el futuro ya presente, también tendrán su lectura estatal. Para el PP una victoria con mayoría absoluta en Galicia y un papel digno en la coalición con Ciudadanos en el País Vasco revivificaría la posición de su líder nacional, Pablo Casado. Por el contrario, un mal resultado de la coalición gobernante en Madrid debilitaría sus posiciones, aunque más las de Unidas Podemos que las del PSOE. El resultado del BNG será medido con lupa por todos los protagonistas de la política, no solo autonómica, sino española. Porque significaría, de coincidir los resultados con los pronósticos, la posibilidad de que el nacionalismo gallego recobre protagonismo relevante en el territorio y en el Estado.

La suerte está echada. Como hemos dicho en repetidas ocasiones nadie va a pensar en Galicia por los gallegos. Ni tampoco nadie va a hablar por ellos. Ahora toca pronunciarse para elegir a las personas idóneas que proporcionen bienestar y un futuro de esperanza. Únicamente nos queda desear que el acierto sea pleno por el bien de la comunidad, que es el de todos.