Al comienzo de lo del virus, escribí un artículo que se titulaba Nada será igual y, transcurridos unos meses, veo que el tiempo me ha dado la razón.

Lo poco que sé de economía (lo cierto es que los demás tampoco se enteran mucho) me dice que las depresiones o crisis bajan en ascensor y las recuperaciones suben por la escalera, así que aquello que nos decían hace poco de que el comportamiento del PIB del sistema iba a ser en V, ya no será posible.

Es más, me atrevo a vaticinar que en el año 2021 tampoco habrá una recuperación espectacular, sino suave y, si acaso en el 2022, la cosa puede empezar a mejorar sustancialmente, pero tampoco para tirar cohetes. Lo cierto es que hay que reconfortarse pensando que una crisis tan complicada como esta también supone una oportunidad para mejorar la forma de hacer las cosas. Parece claro que la rutina de la economía global y circular en que estaba inmerso el mundo, basada en el dinero fácil y a interés cero y en el consumo salvaje, no conducía más que a un bucle imposible de mantener.

En el futuro modelo económico que se perfila en el mundo perderán peso la producción de automóviles, el turismo (dos de los sectores fortaleza de España) y algunos productos más, entre otros motivos, porque la gente priorizará en su vida otros bienes y valores. También obligará a reinventarse en la forma de trabajar con menos presencia en el puesto de trabajo. Sectores como la banca, a pesar de su mala fama social, ya lo está llevando a cabo, obligando a los usuarios a realizar sus operaciones fuera de las oficinas ahorrándose costes de personal e instalaciones. También el sector inmobiliario tendrá que someterse a un cambio, pues la tendencia a la propiedad de la vivienda irá decayendo en favor del alquiler. La reingeniería de la producción industrial será uno de los cambios mas rápidos y profundos en el sistema con industrias robotizadas y menos contaminantes.

Para llevar a cabo todo este proceso es necesaria mucha imaginación y liderazgo empresarial lo que me recuerda la siguiente historia.

Lord Handcock se fue a cazar a África y se llevó a su perrito foxterrier (ya saben, el Milú de Tintín). Una vez en la sabana africana, persiguiendo a una mariposa, el perrito se despistó perdiéndose en el vasto territorio, y una pantera que estaba merodeando, al ver al foxterrier, se preguntó: ¿qué clase de bicho será aquel que nunca había visto? Sea lo que sea, se dijo, es más pequeño que yo y debe ser comestible. Así que empezó una carrera a toda velocidad hacia el perro, que en cuanto la vio venir se preguntó: ¿qué hago, como salgo de esta?

El can observó que había cerca unos huesos amontonados y limpios de un animal y, de espalda a la pantera, se puso a mordisquearlos. Cuando la pantera estaba a punto de abalanzarse sobre el perrito, este dijo en voz alta: ¡qué rica estaba esta pantera que me acabo de comer! La pantera al oírlo, retrocede aterrorizada y se aleja.

Un rato después, un mono que estaba en un árbol y que había visto toda la maniobra, para congraciarse con la pantera, va y le dice: es mentira, el perrito te ha engañado, no estaba devorando una pantera, sino unos huesos de otro animal que se había encontrado.

La pantera enfurecida, le dice al mono: ¡ese se va a enterar!, súbete encima que vamos a por él. Ahora, a toda velocidad, la pantera se dirige, con el mono cabalgando encima, hacia el perrito, quien después de verlos, se pregunta otra vez: ¿y ahora qué hago?

Cuando la pantera está a punto de arrojarse sobre el perro, este va y dice en voz alta: ¡cuánto tarda ese cabrón de mono. Hace rato que lo envié a por la segunda pantera y no acaba de traérmela!

La moraleja es que, en los momentos de crisis como el actual, es más importante la imaginación que el conocimiento y la experiencia.