En la obra Carta a un rehén, Antoine de Saint-Exupéry dice: "Si no piensas como yo, hermano mío, lejos de ofenderme me enriqueces". Señala ahí el famosísimo autor de El Principito un concepto en peligro de extinción, el de la diversidad de los puntos de vista.

Vivimos tiempos difíciles para el pensamiento libre. Acaso nunca hubo tiempos fáciles para nada, pero tengo para mí que estos son especialmente complejos.

Una carta firmada por ciento cincuenta personalidades de la cultura norteamericana contra la "intolerancia" del activismo progresista ha encendido un amplio debate que se ha extendido por el mundo, seguramente porque el mismo problema, con leves variantes, existe en todas partes. Textualmente, en el escrito se dice que "las poderosas protestas por la justicia racial y social están llevando a demandas atrasadas, pero este ajuste de cuentas necesario también ha intensificado un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica".

Señala con claridad la carta, de la que algunos de sus firmantes han acabado renegando, precisamente, por las represalias que han comenzado a padecer, que el pensamiento libre se está viendo restringido por un modo de censura que se extiende rápidamente, una intolerancia hacia los puntos de vista opuestos que nace de una autoconcedida superioridad moral que lleva a quien difiere a la vergüenza pública y al ostracismo, todo ello alimentado desde las redes sociales.

Estrechar los límites de lo que se puede decir nos llevará al desastre. La restricción del debate, venga de donde venga, ya sea desde el Estado y sus leyes mordaza, ya sea desde la intolerancia de una sociedad que se apunta masivamente a "lo correcto" y al linchamiento público del disidente, es un modo de fascismo. La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas por más que una mayoría esté convencida de cuál es el camino correcto. Necesitamos preservar la posibilidad del desacuerdo para poder seguir siendo libres.

Una casa en la que la luz entrase por una única ventana sería una casa muy triste y muy oscura, por mucha que fuese la luz y por clara que resultase. El pensamiento del ser humano debería asemejarse al símil de la casa y las ventanas. Lejos de lo que pudiera parecer, desarrollará mejor su individualidad cuanto más se despoje de certezas y se vea reflejado en el otro, dejando que sea el otro quien lo defina. El ser humano está llamado a escuchar "la otra voz", que es, en primer lugar, la del propio yo, la de la interioridad, y en segundo lugar, la de los demás. Enriquecerse con el otro, con su diferencia, es la ruta que lleva al conocimiento, sin ingenuidad ni complacencia.