Buenos días tengan ustedes. Nos vemos por primera vez después de la cita electoral del pasado domingo. Me hubiese gustado poder plasmar aquí a priori algunas ideas sobre la misma, como otras veces, pero se ve que otros temas se comieron esa posibilidad. Y hoy, si les parece, acometemos algo parecido a esa tarea, a toro pasado. Vamos, pues, con el reciente proceso electoral y las consecuencias del mismo.

Vaya por delante que cualquier resultado dimanado de las urnas es, en democracia, absolutamente legítimo. Tanto podría haber pasado lo que efectivamente ocurrió como todo lo contrario, validado igualmente lo uno y lo otro por la decisión de la mayoría. Y aunque ello no imprime carácter de verdad, al menos no adolece de la tara de someter a la mayoría a la veleidad de solamente unos pocos. Sí, la mayoría no es perfecta y puede estar errada. Pero, por lo menos, es mayoría. Y, en consecuencia, tiene el aval de tal propiedad, lo cual le confiere carta de naturaleza a la hora de tomar decisiones, en un entorno en el que se presupone que cada persona significa un voto, como en cualquier otra democracia moderna.

En tal sentido, los resultados son los que son. Y, a partir de ahí, para gustos... Unos opinarán que la incontestable mayoría del señor Feijóo tiene mucho más de marketing político detrás que de gestión real y enfocada a los problemas que atenazan a nuestra educación, sanidad y, por encima de todo, a nuestra demografía. Otros dirán que el ganador sí está bien enfocado en su trabajo -de once años ya- en tales menesteres. Ustedes sabrán... Mientras, algunos análisis hablarán del absoluto desastre asociado a quien, de una forma seguramente demasiado pretenciosa, pretendió recoger la fuerza y el espíritu del 15-M y de un marcado descontento con el sistema político, fundando.... ¡otra férrea opción política, donde la disensión se paga cara! Habrá quien prefiera mirar al PSdeG y su incapacidad -no sé muy bien por qué, honestamente- para terminar de ilusionar a su potencial electorado, habida cuenta de que no toma ningún rédito de la bajada a cero, fulminante, del fenómeno de las Mareas. ¿Problemas de liderazgo, quizá? ¿De discurso? ¿Falta de un posicionamiento claro en una Galicia compleja, donde el PP presenta una cara diferente al del Partido Popular de España, teñida con ciertos matices que hasta se asemejan un poco peneuvistas? No lo sé, y tampoco me lo pueden preguntar a mí. ¡Y yo que sé!

Yo de lo único que quiero hablar, fuera de los matices que ahora en cada una de dichas formaciones se dirimirán, y que ocasionarán no pocos dolores de cabeza y que algún replanteamiento también deberían propiciar, es de la manifiesta apuesta de Galicia entera -o sea, de todas las gallegas y los gallegos que fuimos a votar- por no salirnos del tiesto. Y eso, viendo un poco cómo las gastan por ahí, no es poco, ¿o no? Piensen ustedes que alguna otra opción de las concurrentes planteaba consideraciones claramente fuera del marco de concordia y convivencia del que, entre todos, nos hemos dotado y que, siendo mejorable, por lo menos constituye un punto de partida de cierto sosiego, de forma muy diferente de lo que ocurre en otras zonas de España. Pues bien, tales ideas tampoco han tenido -una vez más- representación parlamentaria en O Hórreo. Y yo de eso me congratulo. Porque independientemente del gusto del consumidor, que puede haberle llevado a acariciar la moderación y el proyecto envolvente de una Ana Pontón que consigue lo casi imposible de aglutinar a su gente e incluso explorar más allá del nacionalismo, la experiencia y el "más de lo mismo" de Feijóo o la eterna apuesta por el cambio de un PSdeG al que sigue faltándole tirón fuera de algunos enclaves muy concretos, no hay números significativos de personas seducidas por el paso marcial, el discurso grandilocuente y poco inclusivo y una visión simplificada de la realidad de esos que no han entrado. Si lo hubiesen hecho, por supuesto, hubiera sido también legítimo, en ese esquema de mayorías. Pero yo, y también lo es, me alegro de que no haya sido así, y lo expreso con estas palabras. Porque sumar es incompatible con restar. Y Galicia necesita sumar más que nunca, poniendo de acuerdo opciones distintas, para abordar temas que nunca podremos solucionar de otra forma. Y para eso hace falta centralidad, amplitud de miras, importantes dosis de concordia y generosidad por parte de todos. Y no divisiones, barreras, caras de perro, escenificación de problemas que no existen y la consecución de una sociedad más rota.

Si ahora PP, BNG y PSdeG -el trío clásico, y de nuevo tan vigente- lejos de estar cada uno en su atalaya y relamerse de éxito o lamer sus heridas, se afanan en tratar de conseguir grandes consensos, dar lo mejor de sí mismos y, así, tratar de sacar a Galicia de una preocupante situación desde muchos puntos de vista, no solamente estarán haciendo política con mayúsculas. Estarán dando también un impagable servicio a su conciudadanía, que es, a la postre, la razón de ser de todo esto. Y es que es importante que esto sea así, y que el día a día no se convierta en el rodillo de una mayoría aplastante o el todo vale con tal de desgastar al de enfrente. Galicia os necesita a todos, y lo que está en juego es mucho. Ojalá que, habiendo ido todas y todos ya a las urnas, manejéis entre todos ahora la cosa pública en este pequeño país con dosis de una inédita y enorme responsabilidad individual y colectiva. Así sea. Ojalá.