Tengan ustedes una buena jornada. Un día recién estrenado, en el que nos saludamos, como siempre, y en el que seguimos caminando juntos. Cada uno a su ritmo, con sus circunstancias y alternando momentos mejores y peores, claro. Pero a la postre caminando, que de ello se trata. Espero que sigan bien, y que se animen a leer estas líneas que comparto con cariño. Ya me contarán qué les parecen...

El caso es que la actualidad viene compleja y cargada de información, pero no exenta de un cierto desasosiego. Y en tal potaje se mezclan buenas noticias y otras que no lo son tanto. Por un lado y en clave positiva, el acuerdo alcanzado por la Unión Europea para establecer el marco de la reconstrucción económica y social, con la vista puesta en el tiempo posterior al mazazo de la pandemia. Y, por otro y en el lado malo, el goteo continuo de irresponsabilidades manifiestas, de juzgado de guardia, que está sumiendo a nuestro entorno en un preocupante horizonte de contagios. ¿Lo hablamos?

Vayamos con Europa. Y sí, la noticia es buena. De los 500.000 millones a fondo perdido más 250.000 en créditos que planteaba la Comisión, la cosa se ha ido al final a un esquema de 390.000 millones sin devolución más 360.000 millones que hay que devolver, en conjunto de Europa, de los que a nuestro país le corresponderán 140.000 millones de euros, 72.700 de ellos en transferencias directas. Un marco que, al final, es más duro pero mucho más parecido a la propuesta inicial que los escenarios intermedios con los que se llegó a amenazar, y que llegaron a dibujar un panorama mucho más negro. Parece un poco absurdo tanto tomate, tanta reunión "in extremis" y tanta sobreactuación hasta el infinito... para que al final las cosas no se saliesen tanto del tiesto como preconizaban determinados países, cerrados en banda a priori a las transferencias y peticionarios de una mayor condicionalidad. ¿No les parece?

Seguramente parte de la explicación de todo ello tenga que ver con la particular forma de ser y organizarse de las instituciones europeas, y todo lo que se mueve alrededor. Un intrincado mundo, complejísimo, donde hay que mezclar elementos de poder en el seno de las instituciones con los propios intereses patrios de cada uno de los estados miembros y, aún por encima, de las diferentes "sensibilidades" -o poderes y contrapoderes--en todos ellos. Y, con todo, el resultado es un mejunje verdaderamente difícil de entender, donde las decisiones a veces fluctúan en bandas muy anchas, animadas por diferentes tendencias que, por afines o contrapuestas, a veces se apoyan y otras no. Tuve ocasión, en el marco de unos estudios de posgrado sobre la Unión Europea, de poder oír a diferentes funcionarios, técnicos y políticos de las diferentes instituciones de la misma. Y más tarde también pude conocer un poquito -a través de participación en programas europeos y también "in situ" en Bruselas- algo de la particular forma de trabajar en el corazón de la Unión. Y si algo me quedó de todo ello es que "complejo", "alambicado" y "difícil" son adjetivos que se quedan cortos para tratar de describir tal mundo, incluida determinada praxis política elaborada más con fines electorales en los países que por pragmática, realista o incluso conveniente. Y, si no, que le pregunten a los miembros europeos que ahora llaman "frugales" y cuyo planteamiento fiscal sería, en el marco común, al menos discutible.

Así las cosas, parece que la situación se ha reconducido bien y que, como digo y al margen de leer el conjunto de la letra pequeña, las aspiraciones de España, pero también de Italia, Francia o Alemania, se han cumplido bastante bien. Por aquí nada demasiado descoyuntado, entonces. Pero claro, en esas estábamos cuando nos llega un equipo de fútbol procedente de Fuenlabrada...

Y aquí sí que no caben demasiadas interpretaciones. Trabajes como futbolista, enterrador, médico de familia o dependiente en una zapatería, si eres positivo en Covid-19 -enfermedad de obligada declaración a la autoridad sanitaria competente- has de quedarte en casa. La cuarentena, en el marco temporal en el que nos encontramos, es obligatoria y fundamental si no queremos llegar a otra situación de descontrol absoluto, con cientos de miles de personas afectadas y miles de fallecidos. Pero no, hete aquí que algunos esto parecen no entenderlo. Son los que van sin mascarilla porque ellos lo valen, los que ponen en riesgo a sus trabajadores, a sus compañeros o a sus proveedores o clientes, o... los que viajan de Fuenlabrada a A Coruña a sabiendas de que algunos de ellos son positivos en la infección y que, por tanto, seguramente la expedición albergaría más casos, como así ha sido.

El resultado, un verdadero desastre, a la espera de que lo que pueda pasar en la ciudad. Y si no que se lo pregunten a los gestores del Hotel Finisterre, a sus empleados, a los huéspedes que se han ido despavoridos o a los organizadores de los eventos que habrá que cancelar. A todas las personas que, con alevosía, nos ponen en peligro por una decisión que no puede ser explicada de ninguna de las maneras posible. Y menos, por absurdo y engañoso, como intentó explicarse el club madrileño, explicando que "todos los casos positivos son asintomáticos". ¿Y? Pues mejor para ellos, pero ¿no saben que los casos asintomáticos contagian a terceros? ¿De verdad no lo saben o están tomándonos el pelo? Y ahora, ¿qué hacemos?

Gravísimo, pues, y directamente achacable a la falta de inteligencia, empatía, capacidad de gestión y apego a la Ley de quien haya tomado una decisión desastrosa, que ahora nos pone en riesgo a todos. ¿No va a pasar nada ahora tampoco? ¿Nadie actuará?

Dos noticias que nos afectan. Una buena en clave europea y otra -mala, ya lo ven- para la ciudad. A ver qué pasa...