Todo lo que sube baja: y lo que baja, rebota. Lo explicaba gráficamente un sargento de los de antes a sus soldados, al hacerles notar que los proyectiles caen al suelo por efecto de la ley de gravedad. "Pero aún si esa ley no existiese", aclaró puntilloso el suboficial, "los proyectiles caerían igualmente por su propio peso". Es lo que ha sucedido con el rebrote del empleo -por fin, un rebrote bueno- que acaba de producirse en julio tras la brutal infección de paro causada por la epidemia.

Cae por su peso que la vuelta a esta especie de normalidad enmascarada en la que ahora vivimos habría de levantarle la paletilla a la economía y, en consecuencia, al empleo. Lo ha hecho, además, con tal fuerza que el pasado mes de julio la Seguridad Social ganó más afiliación -161.000 cotizantes- que en el mismo período mensual de los últimos quince años. Como si estuviésemos en tiempos de bonanza y no de rescate.

Parece lógico. Los tres meses de confinamiento que pusieron al país en hibernación, al modo de una marmota, habían dejado por los suelos la producción, el empleo, la Bolsa, las finanzas y todo lo que hasta entonces se movía. Cuando llegó por fin el despertar de la marmota, con la liberación del personal sometido a encierro domiciliario, el brinco ha sido casi tan espectacular como antes lo había sido la caída.

No quiere eso decir, naturalmente, que hayamos vuelto a los tiempos de la vieja normalidad que acaso no vuelvan nunca si hay que creer a los agoreros de la Organización Mundial de la Salud. Esos que sostienen, con cara de funeral, que nunca habrá un remedio para la Covid-19, aunque consuele saber que casi ninguna de sus profecías se ha cumplido hasta ahora.

A pesar del fuerte salto del pasado mes, los españoles con nómina son medio millón menos todavía que en febrero, cuando nadie podía imaginar siquiera la que estaba a punto de caernos encima. Y los registros oficiales informan de que a día de hoy existen 700.000 parados más que hace un año.

Aun así, la botella está algo menos vacía de lo que pudiera parecer. Sorprende, desde luego, que la desaparición de las decenas de millones de turistas que visitaban España cada año no haya lastrado el rebrote del empleo. Va a ser verdad, después de todo, que el país vive de algo más que las divisas de los guiris, por mucho que equivalgan al 13 por ciento del Producto Interior Bruto.

Ayuda un poco a sobrellevar esta situación la larga y a la vez reciente experiencia en crisis que han acumulado los españoles. Esto que ahora sucede ya lo vivimos (a menor escala, cierto es) cuando la burbuja inmobiliaria explotó en el año 2008, arrasando millones de puestos de trabajo con su onda expansiva. La caída de la actividad y el empleo duró varios años hasta que comenzó a remontar, con igual parsimonia, a finales de 2013.

Esta vez, el primer rebote ha sido mucho más rápido y contundente, como sin duda corresponde a la intensa brusquedad del desplome. Ciertas parecen, pues, las teorías de aquel sargento sobre el ascenso y caída de los obuses por su propio peso.

Quiere la desventura que haya por ahí otros rebrotes virales más inquietantes que el del empleo, detalle que hace aconsejable tomar con pinzas los felices datos del pasado mes. Todo sube, baja y viceversa en este mercurial país, pero aun así no está de más disfrutar un ratito de la única buena noticia del año. Mientras dure.