Que es conveniente que el curso 2020-2021 pueda asemejarse más a lo "normal" que el último trimestre del año escolar anterior es un deseo en el que creo que coincidimos todos los agentes, dentro de la comunidad educativa. A pesar de los notables esfuerzos de todos en tal difícil momento, es bien cierto que los chicos y las chicas necesitan, en la Educación Primaria, en la Secundaria y en el Bachillerato, muchos de los mimbres que se encuentran en el roce del día a día, independientemente de las virtudes -que las tiene- de la enseñanza telemática. Sí, sería deseable que el curso escolar que empieza en un mes, tal y como hemos soñado en los complejos meses del anterior, las cosas fuesen más parecidas a lo de siempre.

Pero una cosa es la expresión de un deseo, y otra la más cruda realidad. La situación epidemiológica en torno a la infección por SARS-CoV-2 y su enfermedad asociada, la Covid-19, no nos da hoy demasiada esperanza de que, si forzamos la vuelta al aula sin más, el resultado no sea desastroso. ¿En qué sentido? Pues en el de que la escuela, que ya es tradicional, y yo diría que casi inevitablemente, un verdadero "caldo de virus y bacterias", ejerza un papel de enorme amplificador de los contagios que, ineludiblemente, acabarían afectando a las familias y, más específicamente, a las personas más vulnerables dentro de ellas. Como ven, ninguna broma. Precisamente aquello que ahora tratamos de evitar, para que el virus que surgió de Wuhan no termine de hacer estragos en una sociedad -la nuestra- en la que ya han fenecido por su culpa bastantes miles de personas.

¿Qué hacer entonces? Y he aquí el debate y el dilema. Obviamente, creo que no hay soluciones perfectas, por la complejidad y la gravedad del problema. Y teniendo en cuenta que difícilmente cambiará la cuestión en un mes, en el sentido de disponer previamente de una vacuna segura y fiable, o de un abordaje terapéutico específico, creo que es mejor suponer un escenario parecido al de ahora, sin esperar cambios en los presuntos patrones de infectabilidad y agravamiento que hoy se manejan para la infección por tal virus. En tal situación no cabe duda de que el contagio en una situación normal de vuelta al cole sería masivo, pese a que se utilicen mascarillas y geles hidroalcohólicos, lo cual damos por descontado. Y si es usted de los que dudan de esta última afirmación que hago, le preguntaré directamente si ha estado alguna vez en un aula, y haciendo qué. Por mucho que se trabaje previamente en casa y en clase, por docenas de veces que se pida prudencia y a pesar de que se cuide con mimo cualquier protocolo que se establezca, un grupo de veinticinco, veintiséis o veintisiete niños y niñas o jóvenes que se vea todos los días unas cinco horas, sentados a un metro de distancia, con múltiples estímulos, distracciones y situaciones complejas y diversas, terminará pronto propiciando un suficiente número de incidencias en los protocolos establecidos que, indefectiblemente, llevará a tal situación de contagio. Es imposible ponerle puertas al campo. De verdad.

Es por eso que, para mí, es fundamental abordar la cuestión reduciendo drásticamente el número de personas que confluyen a la vez en el centro escolar. No solamente en el aula, lo cual es evidente, sino en el conjunto de los diferentes espacios de los que consta el mismo, incluidos los pasillos. Solamente así, y pudiendo jugar con distancias inéditas en este ámbito y con muchas menos interacciones en la red de contactos diarios de todos los implicados, y haciendo que el centro, de repente, sea utilizado de forma extraordinariamente holgada, puede que sea posible atenuar el impacto de la transmisión del virus en la comunidad educativa.

Nada nos dice que el factor de reducción óptimo sea un cincuenta por ciento. Podría ser el cuarenta, el veinticinco o el sesenta. No lo sé, y seguro que se podría modelizar matemáticamente el problema y obtener una ratio más o menos realista. Pero lo cierto es que, considerando que la única posibilidad es utilizar en un máximo de dos turnos cada centro, hemos de irnos a la mitad del alumnado en cada uno. Por eso esta es mi propuesta, que aquí escribo negro sobre blanco con el único interés de contribuir al necesario debate teórico que sirva para plasmar, de alguna forma, un plan de actuación con el que la vuelta al cole sea algo diferente de una huida hacia adelante, esperando resultados diferentes con las mismas acciones que de costumbre. O sea, el caos.

Sí, yo dividiría los grupos a la mitad y, excepcionalmente, montaría este curso 2020-2021 turnos de mañana y de tarde, con el necesario tiempo al mediodía para proceder a una completa desinfección, potenciando también los servicios de limpieza y siendo conscientes de su papel crucial. Haría que absolutamente nadie pisase el centro en un turno diferente al que le toque, incluido el equipo directivo del mismo, que en lo presencial se adscribiría a los antedichos turnos de mañana o de tarde. Y tampoco el profesorado, que habría que reforzar, y que trabajaría o por la mañana o por la tarde. Y bajo ninguna circunstancia -ninguna- un alumno podría cambiar una sesión de uno a otro grupo horario. Otra posibilidad sería partir la semana en dos días y medio para cada subgrupo de los formados, pero esto ya se va bastante de la premisa de educación presencial con la que abríamos esta reflexión. Podría ser válido, pero muy distinto a lo pretendido, por lo que lo descarto.

Sé que es complejo y que generaría fuertes reticencias dentro de todos los grupos de interés, incluyendo a familias, profesorado y alumnos, y también a la Administración. Pero, para mí y después de darle bastantes vueltas, es la única forma posible de asegurar algo de cordura. Sé que no es perfecto, que es más caro, y que se carga servicios esenciales, como los comedores escolares, que solo podrían ser abordados de una forma mucho más excepcional y hasta puntual. Pero, visto lo visto hoy en relación con la Covid-19, yo no porfiaría el resultado al "mira, nos juntamos todos, y que no pase nada"... No. Urgen medidas potentes y que, a la vez, tengan visos de poder ser mantenidas sin que se caiga todo la primera semana.

Bueno... ya lo hablaremos. Creo que en esto hemos de dar el do de pecho, y adelantarnos a lo que pueda pasar. Como lo dimos el año pasado, montando todos desde cero algo parecido a una educación telemática, que sirvió para afrontar algo urgente y hasta inesperado, y con lo que todos (Administración, profesores, alumnado, familias...) salvamos los muebles. Pero han pasado varios meses y, ya ven, ahora deberíamos tener las cosas mucho más pensadas, consensuadas y hasta ejecutadas. Y esto no quiere decir, solamente, uso de mascarillas y gel. Estamos hablando de otras cosas...