El pasado domingo leo un artículo firmado por Juan Luis Fernández, catedrático del departamento de Matemáticas de la Universidad de Oviedo, sobre las cuatro crisis que, a su juicio, padece nuestro Estado. Son cuatro, la sanitaria, la económica, la institucional, y la educativa, pero llama especialmente la atención, por su originalidad, la analizada en tercer lugar, es decir, la institucional. Al respecto, dice el enseñante haber soñado que el rey Felipe VI se dirigía a la nación (gobernada por reinos de Taifas), para abdicar y acto seguido presentar su candidatura a presidente de la Tercera República. Es inimaginable que una escena como esa pueda darse algún día en la realidad, aunque Fernández nos advierte que algo parecido ocurrió con el rey Simeón de Bulgaria que se presentó a unas elecciones democráticas en su país de nacimiento tras la caída del régimen comunista, las ganó por amplia mayoría y ejerció el cargo de jefe del Gobierno republicano desde el 27 de julio de 2001 a 17 de agosto de 2005. Simeón de Bulgaria fue un personaje muy conocido en España, ya durante la dictadura del general Franco, que brindó hospitalidad y buen acogimiento a muchas cabezas coronadas. Aquí fijó su residencia, aquí se casó con una aristócrata, Margarita Gómez Acebo, aquí nacieron sus hijos, y aquí disfrutó de la amistad y del trato familiar con Juan Carlos de Borbón, que entonces hacía méritos para heredar al sátrapa ferrolano. No sabemos, quizás no lo sepamos nunca, de qué hablaron Simeón y Juan Carlos sobre las respectivas posibilidades de acceder de nuevo al trono de sus mayores. El candidato español lo tuvo más fácil porque contó con el apoyo decisivo del dictador, del Ejército, de la Iglesia Católica y de la oligarquía financiera. Y además con la anuencia de los sectores democráticos que pactaron la Constitución de 1978. Al búlgaro, muchos años después, y en otra coyuntura histórica, le cabe el honor de haber sido el único rey que ganó unas elecciones como candidato a presidente de una república. Y por lo que vamos sabiendo estos días sobre el patrimonio oculto de nuestro rey Emérito, también el juicio de la Historia será mucho más favorable para Simeón. Hubo un tiempo, eso sí, en que Juan Carlos gozó de una popularidad que le hubiera permitido presentarse como candidato a presidente de una hipotética República Española con ciertas garantías de éxito. Pero ese tiempo ya pasó. Allá por 1928, el dramaturgo Bernad Shaw estrenó una obra, El Carro de las manzanas, en la que, con mucho humor, discurría sobre la influencia de la popularidad en el juego político. Un dirigente de izquierdas le plantea al rey la necesidad de su renuncia dado que la monarquía es una institución obsoleta y fuera de lugar. El rey le contesta que está totalmente de acuerdo pero que se presentará como candidato en las próximas elecciones. El proponente de la iniciativa la retira de inmediato y acusa al rey de juego sucio y de aprovecharse de su enorme popularidad.